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Mostrando entradas de agosto, 2020

La Fiesta (5)

 (...)Tuve la suerte de conocer a la gran Tania cuando había logrado uno de los hitos de su vida. Lo primero que me llamó la atención cuando la cité en un pequeño teatro donde ensayaba, era su campechanía. Su apariencia era de una gran normalidad, en La Fiesta donde la apariencia de cada cual, su imagen, también era una cuestión de disciplina y entrega. Ella, sin embargo, hubiera podido pasar por una extranjera: corte de pelo, vestido, incluso una melladura en los dientes y una raya en el pelo le daban una apariencia que fuera de allí sería ordinaria, pero en LF incluso era rebelde, entre tanto postureo.       Apenas llevaba un año en La Fiesta y ya había aprovechado con envidiable provecho todos sus contactos. Entre los novicios era usual que el régimen de adaptación se basara en grupos de trabajo de unas cinco personas, siempre dentro del límite de siete días. Ella me contaba que tuvo la fortuna de encontrar en su primer grupo grandes aficionados a la música; ella estaba verde en tod

La Fiesta (4)

 (...)De repente escuchó voces de niño en la lejanía. Parecía que llegaban desde más allá de los límites del campo. Tuvo un  acceso de alivio, no era el único que pasaría la noche al raso, es más, otros estaban fuera, en peligro. Salió de un brinco de debajo de la escalerilla con cierto aire de superioridad y se dirigió a la puerta del colegio. Estaba abierta, menos mal; pero ya no pudo abstraerse de los gritos que llegaban tras las cercas de los corrales. Eran gritos de júbilo, como las del recreo. Un recreo de noche, pensaba, y se estremeció de placer.  Desde la puerta  observó a lo lejos,  y la reconoció. Era ella, había pensado en ella al borde del llanto, cómo pudo ser que no llegara, y estaba allí. Se giró, se rió y le pidió que fuera hacia ella. La tutora amiga le invitaba al recreo de noche. Recordó cómo le latía a mil el corazón , con el libro debajo del brazo, a punto de caerse, en el camino de los corrales a la tutora. Al llegar, la tutora le pasó el brazo por encima. Ahora

La Fiesta (3)

 (...) Llegamos a La Fiesta ya de noche en una furgoneta de lunas tintadas. Aunque quién sabe si aquello era La Fiesta o cualquier antro en algún lugar de eso que llaman extranjero. No íbamos vendados, pero apenas vimos nada hasta que bajamos del vehículo que nos llevaba. Nos mantuvimos en silencio durante todo el trayecto. Íbamos Dana y dos chavales más que debían pertenecer a otro módulo. Uno no paraba de sonreír sincopadamente, como si tuviera un tic o algo, aunque se notaba a la legua que de lo que menos ganas tenía era de reír. El otro no paraba de morderse la misma uña, la del pulgar derecho. No puedo jurar que fueran perdedores, seguro que sí tú los hubieras visto, los reconocerías. Pero, en fin, algo habrían hecho para acabar allí. En cualquier caso, ya nos habían dicho algo claro: si entráis en La Fiesta antes de hora, si os rompen la ilusión de ese lugar de forma prematura, chaval, eso quieres decir que puedes buscarte otro lugar para pasar tus días, no vas a ser nunca bienve

La Fiesta (2)

 (...) De repente, un día, nuestras vidas comenzaron a ralentizarse. Era curioso, normalmente eso solo sucedía los fines de semana. Lo propio era gastar todas las energías en nuestro trabajo responsable, cumplir el horario de lunes a viernes, salir de casa, nosotros en nuestra empresa,los hijos en la escuela y otras tareas que ocupaban nuestro día a día. Luego,al llegar el sábado, podíamos vivir lo que realmente nos inspiraba, o bien dejarnos llevar por las falsas ofertas del sistema atontador. Descansar, desconectar, lo llamaban, palabras que vistas desde esta perspectiva cobran un aspecto terrible.      Eran tiempos difíciles, aún no habíamos salido de una desastrosa crisis que después de casi una década aún dejaba por el camino frustraciones y desgracias. Pero cada cual tenía planes y deseos, algunos audaces, otros menos afortunados. Yo tenía buen conocimiento de todo eso porque estaba acostumbrado a tratar con aspiraciones y ilusiones varias, era lo que he logrado que sean mis pupi

La Fiesta (1)

 (...)Raya en medio y melladura. Sin duda era Tania, pero Pablo Haller no recordaba ese nombre. La hubiera llamado Úrsula o Anabella, que eran los nombres de las últimas chicas con las que recordaba que fornicó. No tardó en reconocer su risa cuando fue la primera en estallar entre los de su alrededor después de que los comediantes se libraran de los cojines que les preñaban. Haller esbozó una sonrisa, pero le costaba encontrar en aquellos gags tanta gracia como parecían hallar Tania y Ros.       La risa de su compañera le devolvió a los campos. Trató de alcanzarla en la memoria entre la marea de cuerpos femeninos que había acariciado en habitaciones que sólo se distinguían por su orientación. No era difícil saber que era una tarde, porque las fornicaciones siempre tenían lugar después del almuerzo y la siesta. Este era un privilegio solo para aquellos cuyo cometido aquellos meses era conseguir procrear. Adolescentes entre quince y dieciocho años que hubieran demostrado aptitudes para e