Retrato del artista hacia 1900
Con demasiada frecuencia, y acaso sea ésa su fe de vida, el escritor ha apostado todo su esfuerzo y el poco o mucho talento que lo ampare a estimular todas las tensiones de su experiencia en pos de la creación de un todo que, sin ser tanto una solución a tales conflictos, fuera al menos testimonio de una lucha fecunda. De este modo, el Arte, enseñoreado, habría ganado nuevas tierras al mar indomeñable de la vida, elevada sobre lo instintivo, frente al afán integral y problemático del artista, al que poco le basta para hundirse en la cavilación, pasar luego a la extrañeza y acabar en el más insospechado punto de partida. La reflexión en torno al ser y hacer del artista es antigua; lo que quizás la remoza en cada época sea el grado de tirantez que se da en ese tándem elástico y controvertido que forman el Arte y la Vida. La literatura del siglo XIX, es decir, la transida y asombrada siempre por el Romanticismo, abunda en las máscaras infinitas del artista y en su existencia como tal. La