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Mostrando entradas de diciembre, 2010

La madre

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25 de setiembre, miércoles. Carrer de la Mercè. Calle de la Merced. No, no es la Plaza de la Merced, aunque los carros y curtidores que van pregonando todo el día por estos lugares me recuerdan tanto a los de Málaga...Esta mañana cuando bajaba con la Sunta hacia esa placita de abastos que aquí llaman de la Caterina me ha sorprendío el chiflo de un afilador, y me acordé de Rosita, la del practicante. Vaya tontería! De chicas, Rosita y yo solíamos callejear mucho por el Perchel y al caer la tarde, sin la resolana, subíamos al Gibralfaro a ver los charangueros que llegaban de Algeciras al puerto. Desde aquellas alturas se oían los alegres silbatos de los afiladores anunciando su llegada a los vecinos. A la Rosita, con aquella chiquillería tan sonsa que tenía, le mosqueaban los afiladores: creía que traían el yuyu y eran reclamo de la morería, y perjuraba que en unas horas nos llevarían a todas por los pelos... La Rosita era morenica y un tanto cuchareta. Tenía mucha gracia cuando se arran

"Museu de l'Holocaust, Jerusalem", de Joan Margarit

MUSEU DE L'HOLOCAUST, JERUSALEM Vaig entrar dins la fosca dessota la gran volta on totes les llumetes dels nens morts tremolaven igual que un cel de nit. Una veu recitava, interminable, la llista dels seus noms, una pregària tan trista com cap Déu no ha escoltat mai. Vaig pensar en la Joana. Els nens morts són sempre dins la mateixa fosca on els records són llums i els llums són llàgrimes. Sóc massa vell per no plorar per tots. He bastit edificis com vagons amb esquelets de ferro. Grans vagons que un dia tornaran a arrossegar la gent cap a un final que ja imaginen. Perquè tothom ha vist la veritat, només un llampurneig a un bassal d'aigües brutes. La sala dels nens morts és dintre meu. Sóc massa vell per no plorar per tots. Joan Margarit, "No era lluny ni difícil", Barcelona, Proa, 2010

El lector (1)

Al principio se resistía, pero aquella sugerencia de su bien amado colega no podía ser fraudulenta, y adquirió la novela de la que todo el mundo hablaba. El fin de semana se tendía frente a él como una alfombra mullida que estimulara su indolencia. Tomó el volumen, se acomodó, esbozó una sonrisa de suficiencia y se asomó desafiante al primer episodio. El inicio prometía, si bien él hubiera sido más efectista y, en lugar de la prolijidad de un párrafo anticipatorio, hubiera azorado al lector con una frase efervescente de la que manaran innumerables riachuelos: asirlo por el cuello, se decía, sin rebajar su sonrisa astuta. O mejor: posar una mano intimidatoria en su espalda sin darle la posibilidad de descubrir a quien tan ansiosamente le solicitaba. El léxico era correcto y se adecuaba con eficacia al aire añejo y nostálgico con el que el autor se esforzaba en sumergir al testigo de unos momentos felices, pero perdidos para siempre. El lector se deleitaba en los adjetivos odorantes, las

El lector (y2)

El quinto episodio no ofreció resistencia al arrojo con el que se armó su escarmiento al retomar la lectura de la novela. Ese intermedio parecía encerrar el clímax en las mazmorras donde dormitan las fieras. Un muelle sentimiento de ternura le hizo perderse en la hipótesis de que alguien, en los lejanos días en casa de tía Bárbara, escribía a hurtadillas la historia de su felicidad que ahora pulsaba sus fibras en un embriagado compás. Halagado, se deleitaba en rozar la cinta del punto de lectura cuando un atroz trueno de pánico segó de raíz un amago de gratitud. De súbito, aquellas palabras le mostraban las garras de las que estaban armadas y bailaban a su alrededor una danza de muerte. El olor de yedras palpitando en sus sienes y los pies adolescentes de Amanda aventurándose en solitario por la vereda del cementerio planeaban a la altura de la página 246, en cuyo dorso una lámina virginal hundía los leves talones y el vientre nubil de la amada en un corro de espuma. No se atreverá, se

Vargasllosiana (y 4): El fin de la utopía

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La historia, lo sabemos, no suele hablar de los pequeños hombres, ni quiere contar a la posteridad, que le garantiza altavoces, desastres poco espectaculares o minúsculas derrotas. En eso se parece al star system , sólo que la historia no exige aún embolsarse la parte de ignominia que lleva consigo el precio del éxito. La novela moderna, en cambio, es un muestrario vastísimo de héroes caídos, abruptas o deliberadas necedades, abominables pesadillas o mezquinas trivialidades lustradas en su pequeñez y ungidas, de una vez y para siempre, con los óleos de la inmortalidad. En el aciago sendero de la frustración y de las ilusiones perdidas plantaron su tienda la picaresca, Cervantes, Defoe, Balzac, Dostoievski, Kafka, Scott Fitzgerald u Onetti, entre muchos otros, con tanta determinación que resulta ya inevitable creer que la literatura se dedica a problematizar la realidad envenenándola de raíz, hasta ver caer uno a uno a los actores de una esperanza siempre enferma, imposible en su insist