La Fiesta (5)

 (...)Tuve la suerte de conocer a la gran Tania cuando había logrado uno de los hitos de su vida. Lo primero que me llamó la atención cuando la cité en un pequeño teatro donde ensayaba, era su campechanía. Su apariencia era de una gran normalidad, en La Fiesta donde la apariencia de cada cual, su imagen, también era una cuestión de disciplina y entrega. Ella, sin embargo, hubiera podido pasar por una extranjera: corte de pelo, vestido, incluso una melladura en los dientes y una raya en el pelo le daban una apariencia que fuera de allí sería ordinaria, pero en LF incluso era rebelde, entre tanto postureo. 

    Apenas llevaba un año en La Fiesta y ya había aprovechado con envidiable provecho todos sus contactos. Entre los novicios era usual que el régimen de adaptación se basara en grupos de trabajo de unas cinco personas, siempre dentro del límite de siete días. Ella me contaba que tuvo la fortuna de encontrar en su primer grupo grandes aficionados a la música; ella estaba verde en todo eso, pero ya llevaba, decía, el virus inoculado. Cosa rara, porque de niña, me contaba, en los campos, apenas sabía lo que era un pentagrama. Así, ya la primera semana había esbozado una misión, que en ella iba a convertirse en una pasión. Tania se erigía, sin vanidad, pero con decisión, como la estrella que necesitaba La Fiesta. Algo más que una cara rica o una creadora de tendencia del montón; ella quería sacar a relucir una actitud que, criticando lo que veía, indirectamente la hicieran cercana y unida a los suyos. La sorprendí cuando accedí a las gradas, había ganado las tablas por el entusiasmo, daba envidia solo por la sensación de entrega que daba en cada cosa, el afán de comerse todo a bocados.

    Nada más verme ya me comentó un chiste muy picante acerca de lo voraces que eran los hombres de La Fiesta con las turistas. Luego me soltó el chascarrillo de si mi radiante cutis era debido a la última oferta de cirugías que ofertaban en los bonos turistas. Estaba preparando su primera serie de monólogos que titularía “La Fiesta al desnudo”y en al que imitando a Bette Davis, errocharía divismo y mala leche para poner en solfa, de buen rollo, ese sistema. Pero seguramente, entre esas críticas, no apuntara la de las relaciones, sobre todo porque acababa de obtener la licencia abierta, que permitía mantener relaciones ilimitadas con distintas personas. Esta licencia era uno de los mayores honores que podía obtener un ciudadano, pero además el caso de Tania era excepcional al tratarse de una chica tan joven y con tan pocos años de residente. A ellos hay que añadir que ni siquiera tenía encomendada una misión en La Fiesta que la convirtiera en ciudadana de pleno derecho, asentada. Todo esto acarreó especulaciones de vario tipo, y no pocos la llamaban con desdén la niña mimada del Jefe Culler.

    La miraba con un regusto de admiración y piedad mientras se llevaba una manzana a la boca como snack. Era incluso poco más joven que yo, y hasta hacía poco una niña de campo, y en ella me quedó grabado lo que La Fiesta deseaba de ella, lo que a mí, con prejuicios de extranjera, me podía cautivar. Haber obtenido tantos favores y una prometedora vida dedicada a lo que más le apasionaba era todo un reclamo, aunque no se me escapaba que el régimen podía utilizarla como puntal. Años después comprobaría que estaba equivocada o que, en parte, me dejaba llevar por ciertos celos. Cuando defendió apasionadamente La Fiesta frente a todo tipo de agresiones, me di cuenta que sus ideas eran sinceras y que, pese a sus ácidas críticas, no hubiera sido más feliz en otro lugar que en La Fiesta. Siempre recalco esto  a mi alumnos de especialidad, en medio de la barbarie era posible aquella dama, en honor a su memoria (...)


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