Últimas notas del diario
-¿Así que fuiste a la escuela Linus Bachmann? -Sí-respondí sin mayores detalles. Estaba en la pequeña oficina de la Grüne Polizei, en algún rincón del oeste de Amsterdam. El escritorio no era nada ostentoso: una Underwood que solo recogía el polvo, un pisapapeles metálico, una lamparita con la pantalla de cristal verde, un cenicero con dos cigarrillos apagados y una pitillera de cuero. Bajo el escritorio había una cesta llena de botellines de cerveza vacíos. A mi derecha estaba la única ventana de la habitación, que daba a un patio interior. Desde allí se veía la fachada de ladrillos del edificio vecino atravesada por una tubería metálica. Recuerdo que al verla sentí crecer la sed. El señor Silberbauer volvió a aparecer en la salita. Encendió el ventilador. -¿Quieres ir al baño?-preguntó señalando la puerta que había cerrado. -No, gracias-contesté, esta vez con más aplomo. Se había remangado antes de llenar el vaso de agua que supuestamente era para mí. Tragué saliva al mismo tie