Lacayos españoles: Francisco Tadeo Calomarde
Al cabo de los años, Señor, no he logrado sino confirmar una sospecha que me acosaba sin clemencia día y noche, perseverando como un centinela insomne que quisiera rendirme a una verdad que sólo ahora oso aceptar: no soy nada, nada, nada... O acaso poco más que un lacayo. ¡Cuán clara se me muestra ahora la verdad, ya sin titubeos! Y mi alma, ¡qué sosegada, sin temor alguno a abdicar ya a su condición, sin falsedades ni desdenes, desnuda y dócil a quien guste disponer de ella con la misma mansedumbre de la hoja de árbol que se deja agostar y solo una voluntad ajena la aparta serenamente del mundo! Cada vez paso más tiempo solo en mi cámara de Palacio en la que todavía yacen lóbregos legajos, cédulas, un tropel de papeles que cantan obscenamente la locura toda del hombre, el absurdo laberinto en la que se debaten las peores fieras con calculada elegancia, de las que yo soy a un tiempo mentor y flagelo, humillador y humillado. Pero, ¡qué he de decir de ellos, Señor mío, qué palabras desve