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Mostrando entradas de septiembre, 2020

La Fiesta (8)

 Habían llegado a un lago con embarcadero hacia las dos de la madrugada. Flotaban boyas y en el extremo de una pasarela el golpeteo monótono del agua. Titilaba el agua quieta y se escuchaba un rumor lejano de coches tras el lago. Tania aprovechó para fumar un cigarrillo sin dejar de mirar el horizonte iluminado por láseres de discotecas de La Fiesta. Haller la miraba desde el capó del coche. Aquellas botas de tacón le sentaban bien, pero no la hacían mucho más alta, o menos baja. Sintió un escalofrío. Un momento te define, pensaba, a sus ojos aún sería el chaval que se retiró de la cama cuando ella tenía más ganas, del mismo modo que aquel Víctor era poco más que unas manos de patán sobre sus pezones. Se acordó de la primera vez ¿y él, qué le pareció a Tania? Tania, la de las tetas mustias, ahora estrella de La Fiesta. ¡Qué imbécil puede ser uno, de no haber visto lo que veían claramente tanta gente, aquella multitud de la playa, de toda La Fiesta!      Tania apagó su cigarrillo bajo s

La Fiesta (7)

 (...)Pero, ante esas imágenes patéticas, Darko no se cubre los ojos como algún día se cubría las orejas para no oír las lamentaciones de su madre, para hallar en el escondrijo la misma paz acústicamente que había logrado físicamente. Estar tranquilo y seguir allí, en el cuarto de la ropa, con sus tareas. Los maestros se quejaban de que no aprovechara las horas del recreo más que para hacer los deberes o estudiar, mientras el resto de niños se dedicaba a disfrutar del patio como era debido. No tenía un momento de asueto, aquel niño siempre tenía alguna tarea entre manos, pasar el tiempo sin empleo lo horrorizaba. La madre lo sabía y se avergonzaba, me han dejado a éste y se han llevado a mi vida, comprendan ustedes mi desgracia, y las damas de la escuela transigían ante los arrebatos de aquella mujer desquiciada, no es mal chico, pero debe divertirse. Pero el niño Darko prefería estar solo, con ocho años ya conocía el peligro de estar perdiendo el tiempo y ya conocía la utilidad de cad

La Fiesta (6)

(...)Fui llamado a altas horas de la noche en el módulo de los campos en que dormía. Recuerdo que aquella semana tenía a mi cuidado un crío de once años y que me tocaba instruirle en nociones básicas de agricultura. Los tutores querían darme a entender que confiaban en mí, y que esperaran que fuese un mentor ejemplar, y todos esos rollos. Era raro que un niño recibiera enseñanzas de alguien mayor que no fuera tutor. Normalmente cada niño iba en pareja con otro de su edad y mutuamente se enseñaban. Una semana tocaba ser el maestro, ortro el alumno. Allí, sobre los surcos, con otros niños nuevos a los que apenas conocíamos y que una vez familiarizados con ellos, perdíamos de vista, trabajábamos en ese juego de aprendiz e instructor. Lo que no me di cuenta era el plan humillante que me reservaban, los muy bastardos. Aquella criatura iba a enseñarme a mí, y no al revés. Una semana para volver a aprender aquellas materias pendientes que con diecisiete años llevaba arrastrando desde los once