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Mostrando entradas de septiembre, 2011

Sonetos a la pintura (3)

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REMBRANDT Diste a la sombra laureles y bridas en su lid con la luz abrumadora. Ya el fulgor eclipsa y tiniebla dora las almas en penumbra revividas. Tu ojo indagador asombra a dormidas formas, las yergue, las talla y desflora. Vueltas del sueño a la luz salvadora, rondan en tropel y a tu arte medidas. Por tu pincel, cual cuchillo inflamado, los recovecos se pueblan de albores e irisa en su sótano al gris cegado. Y heridos por mil brechas, los colores se aferran con ansia al lienzo chapado en claroscuro compás de estertores.

Norma Jeane

Hasta los 12 años me creí invisible. En Hawthorne, donde me había dejado mamá, solo la compañía de Bloom parecía rescatarme de aquella pompa jabonosa en la que los vecinos de los señores Bolender se empeñaban en conservarme. Y yo, resignada, me entretenía en ensartar preguntas con las más estrafalarias respuestas, pergeñando un loco juego de abalorios que solamente el tonto Jenkins y yo conocíamos. Cada cuestión que me asaltaba hacía más menudo y resguardado mi mundo y daba sentido a aquel corazón de niña desarmado por hospicios y visitas nocturnas. El tonto Jenkins era el último hijo del predicador y gozaba de la misma generosa atención por parte de su familia que la que los Bolender dispensaban a Bloom para mi desdicha. Los padres de Jenkins acostumbraban a dejarlo vagabundear la mayor parte del día por los vastos descampados que el verano acribillaba sin piedad. En aquella soledad, con su boca de bobo abierta buscando los confines lo conocí y se convirtó, casi por milagro, en mi nue