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Mostrando entradas de diciembre, 2011

El motel (4) Mortadela

En la cena y en los desayunos; con pan negro o sobre crujientes y calientes panecillos; con aceitunas, pimientos o a fiambre pelado; acompañada del café o con el vaso de agua primitivo, la mortadela resiste en tu paladar, voltea tu estómago y copa tus menguadas reservas de energía durante los días laborables y los festivos de este motel. Su presentación en sociedad es sencilla, pero vistosa. Dispuesta en lonchas individuales en bandeja, cubierta por plástico transparente y acompañada de mellizas raciones de jamón york y queso llena los anaqueles de las cámaras frigoríficas y luce en las mesas del bufete del comedor las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. A pesar de su ordinaria concurrencia en nuestros sentidos, su sabor, su textura, la temperatura y su templada nos resultan nuevos y exóticos a cada momento. Por ella y su constante fidelidad a nuestro desdichado apetito, empezamos a sospechar que esto de la variedad gastronómica es un camelo, y que el hombre puede

El motel (3) El descampado

A las siete de la mañana la noche ya quiere reventar entre las rejas que la aprisionan. En busca del primer autobús de faros estrábicos se apelotonan los trabajadores. Los fumadores son los más aviesos: esperando turno en el mejor lugar de la improvisada cola, satisfacen su dosis de nicotina y a la vez consiguen un asiento para sus sufridos traseros. El resto espera en la cantina resguardados de la reyerta a navajazos que trae el frío de las primeras horas. Al aparecer el auto con su boba luna pasmada y su soñoliento conductor, nos dejan libres con fianza. Aquél que quisiera vernos entonces, como si no fuera con él la cosa, circular, nos creería glóbulos ansiosos manando desordenadamente en la sangre de una herida reprimida pronto por un afortunado torniquete. Del frío al calor en apenas unos minutos, el autobús bulle de galipandias. Lento, agarrotado, encara la autopista que nunca llega al motel de descanso. Hay un vacío secreto entre el punto de partida y el de destino, entre la madr

El motel (2) ¡ Crazy shippers!

A las doce en punto de la noche nos reúnen a todos en la antesala de los pasillos de trabajo. Nos hablan en una lengua de embarazo, llena de semillas cubiertas de una placenta inasible, escurridiza, abierta, brillante y a ratos amenazadora como una navaja para rebanar pan. Todos los obreros parecen atender con ordinario interés el discurso del líder, que elevado discretamente sobre sus subordinados trata de ser efusivo y distante al mismo tiempo. Los iniciados sólo prestamos oídos a la entonación, el ritmo, el timbre de esa voz ajena. Hay dulces recovecos, vagas inflexiones, dinámicos contrapuntos y la modulación de la voz se cimbrea sobre las cabezas de los trabajadores en un columpio invisible. Luego llega el turno de las preguntas de cortesía: se rompe el principio de autoridad para dar paso al diálogo. Cuando se disipan las dudas, frente al campo de batalla surge el brioso estandarte de guerra de la yakuza: ¡Ein, zwei, drei, crazy shippers!, elevado al unísono por toda la concurren

El motel (1) Contacto humano

Agradeces una habitación individual en medio de Alemania. Es la primera lotería y el aguinaldo. Allí te infectas más de tus recelos, de tu tibia misantropía, pero no evitas luego el contacto humano que viene con el contrato. La cena, las esperas, el frío de los traslados al trabajo, los vestuarios que han creado el olfato y la luz amarilla de los fluorescentes... Todo vertido en el molde de las cabezas y de los números. Pero casi siempre acabas reconociendo el falso amigo que te imagina solo y la pelusa de to ombligo se pierde en el sumidero. El cambio de piel llega con cada día y la palabra compartida, como una vislumbre, como una banalidad inoportuna, resulta casi milagrosa. Entre ese bosque de castillos con su gimnasia de sonambulismo te niegas a cumplir con las bujías de la tristeza,ni con los nervios de la sequedad, ni con el frío del mundo que se cuela sí o sí por las ranuras de tus bambas y llega al espinazo del solitario. No has abierto solo una charla, sino un armario atestado