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Mostrando entradas de febrero, 2020

Alta mar (circa 1350)

                            31 de marzo, mediodía: Con la voluntad del Altísimo, emprendemos hoy el viaje de vuelta a la patria. Todo parece sernos clemente: la placidez del cielo, la bonanza del mar y el entusiasmo de los grumetes que, tras la noche de vino y mujerzuelas, se muestran ansiosos de volver a ver a la parentela. En Esmirna, de donde zarpamos, nos ha sonreído la fortuna y hemos podido cerrar prósperas empresas. Regresamos con una generosa provisión con la que vivir antes de volver al mercadeo. Micer Andulfo ha trazado con denuedo y tino una ruta con la que burlar a los sarracenos que infestan estas aguas. Una vez hayamos doblado Atenas, dice, podemos sentirnos seguros de nuestra suerte. Micer Andulfo evita hablar del Señor y se muestra reservado y taciturno ante Fray Tolentino, nuestro capellán, que muchas veces lo trata con suspicacia. 1 de abril: Anoche gran banquete de celebración del regreso al hogar y los venturosos negocios acometidos en

Narciso

Al levantarse, como de costumbre, Narciso se dirige al lavabo y se mira en el espejo. De nuevo, no encuentra nada especial en su rostro. Va a ser otro día aburrido, se lamenta. Da un bostezo y sale de casa. Nada más pisar la calle todos los transeúntes se detienen a mirarlo: unos se giran extasiados; otros se dan de bruces contra el suelo o topan con las farolas, incrédulos y admirados. Incluso los albañiles de los andamios no pueden resistir dedicarle una serie de piropos y le silban con jolgorio. Pero Narciso, indiferente, sigue su camino. Entra en una cafetería y pide un “latte-machiatto” para llevar. La camarera posa sus ojos en los ojos verdes y almendrados de Narciso. No puede desviarlos de ellos y solo logra derramar el café por el mostrador. Vamos, lo de siempre. Entonces aparece el jefe, regaña con acritud a la camarera y pide disculpas a Narciso. El jefe saliva al apreciar tan angulosa mandíbula y el mentón prominente; pero es hombre experimentado y salva el c

Marcha atrás

        Celia ya tenía preparada la mesa para el almuerzo familiar. No podía ser menos, decía Petra. Desde los diez años bregando con responsabilidades y cuidando de los demás. No pensar en ella misma le había dotado de una disciplina que Petra, en aquel momento, envidiaba. Al final, pensaba, la edad las había igualado por fuera, aunque el saldo personal para ambas fuera tan distinto. Desde la puerta de la finca, Petra observó a su hermana esmerada en los últimos detalles. Pensó que entre aquellos comensales ella sería un buche más que llenar, que apenas añadiría algo especial al ágape. Pero entonces recordó con terror lo que debía dejar allí aquella tarde y se reprochó ser de nuevo un aguafiestas. Pensó en todas las trastadas que le había hecho a Celia y sintió vértigo: lo de hoy es otra cosa. Deseó ansiosamente girar sobre sus pasos, dar marcha atrás como el taxi que la dejó para salir a la carretera, y salir huyendo. Mientras se acercaba al porche, sus pasos crep

Canciones de amor

Estoy frente al espejo del baño ensayando la última lección antes del examen. Mis labios se fruncen para conseguir algo que la forastera llama besar. Para besar, dice, es necesario contraer los labios, así como hago ahora. Luego, continua ella, hay que posarlos suavemente sobre un cuerpo. Siento el frío del cristal en mis labios. Los retiro dejando un cerco de vaho que trato de limpiar con toda rapidez. Lo puedo hacer mejor. Vuelvo a empezar. Soy alumno de último grado de eso que en el extranjero llaman amor. La forastera dice que he hecho grandes progresos y que pronto me convertiré en un buen amante. En cualquier caso, ya soy capaz de retener en mi memoria algo más que las consignas del líder. Por ejemplo, puedo decir de carrerilla alguna letra de lo que la profesora llama canciones de amor:  Love me tender, Love me sweet, Never let me go… Yo me detengo a comprender tal código con la misma minuciosidad que los algoritmos de mi reactor cuántico. Así, creo deducir