La Fiesta (2)

 (...) De repente, un día, nuestras vidas comenzaron a ralentizarse. Era curioso, normalmente eso solo sucedía los fines de semana. Lo propio era gastar todas las energías en nuestro trabajo responsable, cumplir el horario de lunes a viernes, salir de casa, nosotros en nuestra empresa,los hijos en la escuela y otras tareas que ocupaban nuestro día a día. Luego,al llegar el sábado, podíamos vivir lo que realmente nos inspiraba, o bien dejarnos llevar por las falsas ofertas del sistema atontador. Descansar, desconectar, lo llamaban, palabras que vistas desde esta perspectiva cobran un aspecto terrible.

    Eran tiempos difíciles, aún no habíamos salido de una desastrosa crisis que después de casi una década aún dejaba por el camino frustraciones y desgracias. Pero cada cual tenía planes y deseos, algunos audaces, otros menos afortunados. Yo tenía buen conocimiento de todo eso porque estaba acostumbrado a tratar con aspiraciones y ilusiones varias, era lo que he logrado que sean mis pupilos: coach de estilos de vida. Entonces muchos se burlaban de eso, pensaban que era otra falacia más de la llamada autoayuda, una forma astuta de mover el dinero. En cualquier caso, no me mueve la vanidad si digo que era el profesional más respetado de mi ámbito. Y trabajar en el desarrollo de los deseos de cada uno es delicado, sin duda, titánico en ocasiones eso de cargar sobre las espaldas con el peso de las esperanzas ajenas. Pero la satisfacción de ver una vida realizada de forma auténtica compensa esfuerzos. 

    No me atraía el dinero, no tuve nunca problemas económicos, pues procedía de orígenes bienestantes, algo que mis enemigos, o más bien, los enemigos de mis padres y que yo había heredado, usaban como arma arrojadiza cuando me volvían a ver despuntar en la listas de best sellers, en las webs más visitadas o en los series más vistas. Pero procuro no engañarme-eso trato de inculcar a mis clientes- y veo la realidad de la forma más desprejuiciada posible. Admito que el dinero no forma una vida, pero la mantiene y permite incluso rebelarse contra ella cuando se está convirtiendo en la vida de otro, no en la de uno mismo. Logré un buen capital y no lo desprecié. La ventaja de haberlo tenido todo me han reforzado contra las debilidades de la abundancia. No quise acaparar, pero tampoco blindarme. Simpatizaba cada vez con los demás sin caer en demagogias, pero sentía que debía ir más allá de los halagos de audiencias, lectores y grandes gurús. Soy de carne y hueso y más que con la riqueza, soñaba con algún tipo de perpetuación. El padre Olaya ya nos advertía en el colegio, el ateo se distingue porque solo quiere permanecer en su orgullo, no en el seno de Dios. Yo renegué pronto de Dios y me enamoré cada vez más de mis semejantes, que es una forma de amor propio. 

El caso es que no podía estar predicando el ideal del riesgo y yo mantenerme en mi zona de confort. Tenía que empezar por dar ejemplo. Y quise hacerlo aprovechando todo lo que había conseguido: influencias, televisiones, etc. Así que un día de hace ya veinticinco años empezó todo lo que, para bien o mal, me dará perdurabilidad. Tenía un ejército de personas que habían probado mi método de crecimiento y lo recomendaban espontáneamente, buenos contactos de emprendedores que tenían las espaldas cubiertas y las arcas llenas y otros tantos que había heredado de mi familia; amigos de conveniencia que se adherían a mí solo para reforzarse contra sus rivales o enemigos acérrimos.

Al principio todo comenzó como un apéndice del programa de televisión que me había hecho popular en audiencias masivas. Pasé de un magazine tradicional de consulta de tarde a un programa de noche en la línea de la telerrealidad, tan en boga hace unas décadas. Algunos me aconsejaron que dejarse deleitar por el formato de masas era una forma de encanallamiento y que por bondadosas que fueran mis ideas pronto iban a convertirse en un anzuelo de poderosos y un sacrificio de mi libertad. Tampoco acertaron en esto, porque, si bien yo aún me mantenía en los límites de lo políticamente esperado, no sabían el rumbo que iba a tomar todo, y todos.

Por lo pronto, el programa no tuvo audiencias grandes, más bien se movía en la línea de programas que interesaban, pero que los críticos de televisión juzgaban que necesitaba ser más amenos para acabar de consolidarse. Yo rechacé cualquier tentación y seguí con mi filosofía de coach: como no dependíamos de grandes sectores privados, teníamos libertad para seguir nuestra línea. Las discretas audiencias nos hacían menos populares, pero más genuinos y seguros del producto que vendíamos. 

    Ahí estaba La Fiesta en germen, una finca andaluza de unos cuantos metros cuadrados en las que cabía la simulación de una pequeña localidad de provincias. Y los participantes que suelen aparecer en estos casos: jóvenes o no tan jóvenes deseosos de confrontarse con una realidad que vaya más allá de su rutina. A pesar de que hubo momentos que merecieron más de una polémica en diarios de gran tirada, el programa jamás salió de una normal popularidad. Unos meses después y nadie recordaría aquel espacio devorado por proyectos mucho más ambiciosos, provocativos, pero siempre dentro del marco de un espectáculo. Sin embargo ni yo ni mis colegas queríamos un mero espectáculo consumido por su propia combustión, queríamos un estilo de vida que perdurara.

Remodelamos y ampliamos la finca en la que se había celebrado el concurso y la convertimos en una clase de asociación cultural. Los primeros tiempos aquel espacio era reunión de think tanks, creadores de primera línea que buscaban publicidad, escritores que presidían clubs de lectura, artistas que enseñaban en cursillos las técnicas del arte, cineastas que no conseguían financiación para sus cortos. Incluso habíamos recibido la propuesta de varios partidos políticos para celebrar allí mítines, pero yo me negué, celoso por preservarme de influjos políticos. Sin embargo, no me negué a que en aquel local, cada vez más amplio, fuera un centro para el debate social más revulsivo. Sentía que quería saltar de lo individual, a lo social, e incluso me tentaba ya lo político, pero no en la línea del sistema. 

    En aquel momento se dieron varias crisis de migrantes y dimos cabida a encendidos debates sobre la necesidad de que los estados europeos tuvieran agallas para acoger a los que llamaban a  nuestras puertas. Incluso tuvimos la osadía de acoger e incluso dar vivienda a migrantes indocumentados en un golpe de efecto que  la mayoría de opinadores creyó una consecuencia lógica de mi demagogia. Para ello habilitamos unas viviendas cercanas al centro que pertenecían a una inmobiliaria de uno de mis socios, Koldo Tello. Éste militaba en un partido antisistema y, con su solidaria aportación, quería sacarle los colores al gobierno local, de tendencia izquierdista, que no lograba gestionar el problema con tanta audacia y entusiasmo como él. Evidentemente, nos colocaron en seguida la lupa.

    En aquellas viviendas los migrantes convivían con jóvenes artistas y emprendedores que habían leído mis obras y se regían por mis criterios para convivir y mostrarse autosuficientes. Las autoridades municipales, cada vez más suspicaces, hacían escarceos, pero no encontraban grandes problemas, Aquellos migrantes trabajaban para mí, y no debían temer por irregularidades. La sintonía en las viviendas era muy beneficiosa: los trabajadores manuales se aliaron con los creadores en una sinergia espléndida que daba vitalidad y suficiencia a aquella comunidad. Pronto la finca y todo su terreno acogió gentes llegadas de distintos puntos del país y merecimos documentales de programas extranjeros. Ni que decir cabe que mis libros de coaching se vendían bien y que yo procuraba no faltar un año a mis lectores para no perder influencia en ese flanco.

    Ganamos inéditas simpatías desde muchos sectores: amigos de migrantes e incluso ong’s hacían crowdfundings y donaciones de todo tipo para ayudarnos en la financiación de aquella comunidad que pronto tendría modelos a lo largo y ancho del país. Emprendedores deseosos de invertir el capital en proyectos atractivos nos ayudaban para canalizar el talento y  convertir sus profesiones en estilos de vida. Para ello, recibí incluso el apoyo de mi padre, que en aquella época ya se destacaba como un líder social carismático y estaba a punto de hacer su salto a la política. Dos años después, existían media docena de comunidades en el país y la cosa iba prosperando. 

    En aquellas parcelas, aislados, pero atentos a todas  las novedades del mundo, los miembros ensayaban sus ideas dinámicas, creaban nuevas formas de relaciones, aprendían a enfocarse en lo que les importaba, a solidarizarse con todos sin apegarse a nadie en exceso. El formato de mi magazine de tarde cambió y se convirtió en una serie de realidad en que mostraba en vivo y a diario cómo cobraban vida las ideas que había estado predicando cada tarde en el programa. Hombres y mujeres que aprendían idiomas por el simple contacto con otros extranjeros; que daban forma a aquella idea que les había rondado la cabeza durante tanto tiempo; que eran capaces de salir de su egoísmo para defender una causa como el derecho a los animales, la falsa orientación de género o redefinir la minusvalía. A medida que iban creciendo las comunidades y sus filiales por todo el país y el extranjero se sugirió hacer intercambios en que los miembros, ya preparados para una vida cosmopolita, pudieran alternar entre distintos ámbitos y personas, siempre a la caza de reinventarse, de no estancarse. Así ingenieros de telecomunicaciones podían enseñar un día a programar y otro aprendían a cocinar para veganos; diseñadores de moda dejaban de cortar para atreverse comprender un texto de filosofía taoísta; y antiguos carpinteros aprendían a rodar cortos y documentales para publicitar nuestras comunidades en todo el mundo.

    La demanda de nuevos miembros era cada vez más altas y los requisitos de ingreso más exigentes. La mayoría no conseguía entrar, demostraban poca flexibilidad mental, asociabilidad, poca asertividad y otras características que eran imprescindibles. Muchos de los miembros ya ingresados también tuvieron que abandonar, pues se mostraban cada vez menos dinámicos y creativos, se estancaron o persistían en patrones que no les hacían avanzar. Era lógico, en aquellos primeros años pasar de un sistema mental a otro era difícil y sólo en muy contadas personas podían erigirse en los verdaderos pioneros, el ejemplo de un cambio que de momento era solo experimento(... ).


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