La Fiesta (7)

 (...)Pero, ante esas imágenes patéticas, Darko no se cubre los ojos como algún día se cubría las orejas para no oír las lamentaciones de su madre, para hallar en el escondrijo la misma paz acústicamente que había logrado físicamente. Estar tranquilo y seguir allí, en el cuarto de la ropa, con sus tareas. Los maestros se quejaban de que no aprovechara las horas del recreo más que para hacer los deberes o estudiar, mientras el resto de niños se dedicaba a disfrutar del patio como era debido. No tenía un momento de asueto, aquel niño siempre tenía alguna tarea entre manos, pasar el tiempo sin empleo lo horrorizaba. La madre lo sabía y se avergonzaba, me han dejado a éste y se han llevado a mi vida, comprendan ustedes mi desgracia, y las damas de la escuela transigían ante los arrebatos de aquella mujer desquiciada, no es mal chico, pero debe divertirse. Pero el niño Darko prefería estar solo, con ocho años ya conocía el peligro de estar perdiendo el tiempo y ya conocía la utilidad de cada propósito. Aborrecía pasar todos aquellos años de niñez sin fruto alguno, sin un trabajo y con ataduras que no había pedido, se decía, con sentido común infantil, un niño no debe jugar sino trabajar, aprovechar el tiempo desde los primeros años y hacer frente a ese atontamiento con el que querían controlar a los más jóvenes. Mientras su madre le reclamaba a veces, el consentía, y otras ella celebraba que se marchara lejos, pasara la noche lejos del hogar, y al regresar tuviera que lamentar los llantos de su madre que seguía preguntándose dónde había ido a parar Julia, la hermanita, preguntas que día tras días ya no eran preguntas sino interrogaciones retóricas y, en el fondo de su impotencia, de su rabia por no lograr saber contestar, por no ayudar en nada a la madre él hubiera deseado coger la puerta como hizo el padre y largarse, como hizo quien se llevó a Julia, o tal vez Julia marchó sola y tuvo suerte y vagó sin ser devuelta al hogar, para siempre libre y vagabunda, haciendo su vida sin padres, ni madres, ni hermanos, ni amigos, sin todos aquellos que conspiraban contra la felicidad de uno, creando ataduras que solo favorecen a los débiles, apegos viscosos en los que quedar atrapado como mosca que jamás volverá a levantar el vuelo, candados mentales y musculares, atonía y cáncer de voluntad, así decían los libros que leía, abotargamiento que crea frustración, y ésta lleva a la violencia, una violencia que solo favorece al sistema y que mata al individuo, peroraba Culler en su programa de los jueves al que Darko ya se había hecho incondicional, aumentando el volumen del televisor cuando la madre amenazaba con una nueva serie de llantos e imprecaciones, quien conociera a ese hombre que dictaba su plan de vida, quien pudiera ir con él y con todos los que están detrás de él, serviciales a su proyecto y sus ideas, después de todo no estaba solo, existían compañeros, camaradas, gente competente que cada semana le abrían los ojos para que viera los barrotes que le rodeaban, pero también el lugar precioso en le que el amo se olvidaba cada noche la llave colgada y que abría la jaula donde cantamos y nos mecemos hasta el fin de los días. Tener todavía tanto que hacer, tanta energía y, sin embargo, ser un inepto, un inútil que ni siquiera es capaz de consolar a su madre, de salir a los caminos en busca de Julia, de traerla al hogar de nuevo para distraer a la madre con su hija predilecta y entonces, tal vez fuera más sencillo emprender el camino y dejar el hogar para siempre, liberarse sin dejar deudores, empezar ahora sí a vivir según lo decidido, decía Culler, pero al acabar el programa Culler se iba y él seguía allí, y la madre, el lúgubre hogar, la triste rutina y se preguntaba quién le había puesto allí y en qué maldito día, qué mierda era aquella charada en el que él no tenía ninguna ganas de participar, y a medida que crecía se sentía más ansioso e impaciente, más violento como había comprobado en el instituto contra sus compañeros y alguna noche incluso contra su madre había visto de lo que era capaz, olvídate ya de esa niña, vieja loca, ya no es tuya, me oyes, no volverá más, y entonces la madre proseguía una retahíla delirante que se prolongaba durante toda una noche, cómo puede un ser humano darle tanto a la lengua, como puede un ser humano esforzarse tanto en algo sin objeto, cuanto más en algo productivo, hermoso, alegre, decía Culler, hay en todo energía, pero esta está mal empleada, se trata de revertir lo que crea la desgracia, la infelicidad, que no es otra cosa que la falta de objetivos, de voluntad y esfuerzo, de fines concretos, pautados y temporalizados, y someter ese monstruo que es la pereza, esa pelusilla que se queda en el ombligo, esos depósitos de grasa en el abdomen que van circulando y taponando las arterias y llegan al cerebro y lo vuelven adiposo, somnoliento y abotargado hasta obligar al enfermo a sestear y morir bajo el cielo impasible sin dejar tras de sí un testigo de su paso por el mundo, fin del primer volumen de Carpe Diem, ya a la venta el número dos, y el tres, y luego los videos y DVD’s del maestro bien ordenados en las estanterías de su pequeño piso de soltero, al fin libre de la madre, abandonada a su suerte, porque así lo quiso ella y así se le figuraba a Darko su destino y Culler, en secreto, con otras palabras, así se lo había dictado en sus seminarios, soltad amarras, quemar las naves, nada tras vosotros, solo la mirada al frente ante lo desconocido incitante, vosotros,  jóvenes cargados de ideas y de proyectos, no creáis más en mis palabras, romped una a una las hojas de mis libros, aborreced cada uno de mis parlamentos si estos no os llevan a crear, a hacer, a concretar en algo fértil y nuevo lo que yo haya podido alumbrar, dejémonos ya de palabrería, pasemos a los hechos, arriesguemos en lo nuevo, juguemos, oh sí juguemos con la seriedad con la que el niño se toma su juego y demos posibilidad a cada idea. Y así veía Darko que Culler no era solo maestro de la palabra, sino del fin, y que ya había alzado sus comunidades donde cientos de emprendedores se sacudían los prejuicios y las anteojeras, dónde acudir para aportar su grano de arena, tenía claros sus propósitos y las comunidades necesitaban de todo, ingenieros, médicos, albañiles o juristas, pero sobre todo ideas en las que prevaleciera la libertad, el mundo le aborrecía más, Darko sabía que no sería libre sino en compañía de otros adeptos a Culler, en el seno de la creación de Culler, abandonar esta creación de no sé sabe quién, pero de mamarrachos corruptos, seguro, y entregarse incondicionalmente a lo pensado por Culler, seguro que pronto darían el visto bueno a sus sugerencias, esos niños deben abandonar el régimen de las escuelas, y qué demonio es eso de una familia, yo he crecido sin nada de eso, y aquí estoy, un hombre sano, de mente clara, libre y más feliz que nunca, sin echar nada de menos a nadie sino a lo que siempre he perseguido, veremos lo que podemos hacer, es posible, pero el hombre sólo es libre con el menor número de ataduras, un transmisor de ideas que luego otros desarrollan, para que otros a su vez las ejecuten, y, al fin, vuelvan de nuevo a crear ideas, que serán desarrolladas y ejecutadas en mentes y voluntades ajenas, pero hermanadas secretamente por una misma afinidad (... ).


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