Las peras del olmo (tres microrrelatos)


1.Un día cualquiera, paseando por su jardín, el viejo sabio comprueba que, finalmente, hay peras en el olmo. Convencido de que ya lo ha visto todo, cava una fosa y se lanza al reposo eterno. Mas la tierra lo rechaza, ya no admite más muertos. Entonces piensa dónde admitirán a un sabio muerto. La muerte no cotiza alta estos años y la especulación ha puesto el suelo por las nubes. Para colmo, la sabiduría experimenta una feroz bajada de precio y hay superpoblación de sabios. Viendo que todo está lleno, intenta guarecerse en el vacío. Colgado de su olmo, el viejo sabio muerto, trata de vaciarse: pasa sed, pasa hambre, pierde tiempo hasta llegar al estado catatónico del nirvana. Cuando abraza la nada absoluta, se siente cada vez más pesado e incluso frutal, hasta tal punto que cae del olmo  y rebota contra una venerable testa:

— ¡Lo que faltaba!—dice sir Isaac Newton. 




                                                  
2.Un día cualquiera, paseando por las calles de su ciudad, el viejo sabio comprueba que no hay nadie por la calle. Da una vuelta por el bosque y tampoco halla animal alguno, se acerca al mar y ni una ola se agita ni racha alguna de aire riza su poblada barba.

—Tendré que hablar más—concluye tras hondas meditaciones.

Y entonces musitó su primer fonema. Vio que un piadoso gorrión se le acercaba. Se animó y completó una palabra; ahora un perro le lamía los pies. Viendo que su treta funcionaba, articuló una oración entera y reunió alrededor a un grupo de amigos. Aquellos amigos, enamorados de su labia, le incitaron a seguir y el viejo sabio completó un discurso. Ganó la alcaldía de su aldea. Prosiguió la perorata y llegó a emperador del mundo conocido. Y viéndose honrado de tales pompas, recapituló:

—Debo callar.

                                             


3.Un día cualquiera, leyendo en su biblioteca, el viejo sabio reconoce que todo lo ha leído y nada desconoce. Se levanta de su asiento y sabe lo que espera en la otra sala, se asoma a la ventana aunque ya intuye lo que habrá de encontrar más allá del cristal, si fuera a la plaza apostaría toda su sapiencia a que allí encontraría a tal gente haciendo tales cosas. Mañana se levantará y leerá las noticias que lee ahora en su mente, el precio del carburante y la combinación de la quiniela.
De repente un pitido le saca de sus cavilaciones. El asado se quema en la cocina.

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