El niño paraguas

Tomy se despertó al escuchar el despertador con forma de soldado que tenía en la mesita. Era una de aquellas mañanas del lunes en que más le costaba levantarse de la cama. Solo de pensar lo que le esperaba aquel día, le entraban ganas de volver a cerrar los ojos y quedarse todo el día durmiendo.
Lo primero que notó al despertar era que estaba mojado. No lo podía creer: él no se hacía ya pipí en la cama como Carlitos, su hermano. Luego escuchó un trueno que llegaba de fuera. Para colmo, aquella mañana estaba lloviendo como nunca. Una razón más para volver a apagar la luz, tumbarse y quedarse bajo la manta.

Pero no había pensado en nada que pudiera librarle de ir al cole: ni le dolía la garganta ni la barriga ni sabía hacerse el enfermo como Pili, cuando no quería ir a hacer los recados que le mandaba su madre. Así que intentó levantarse, ir al lavabo y hacer pis; a lo mejor entonces se le ocurría una idea mejor para saltarse las clases.

Tomy encendió la luz del baño y se miró en el espejo. De nuevo no podía creer lo que pasaba: aquel que estaba frente al espejo no era él. No tenía su cuerpo, sus brazos, sus manos ni aquella cara de sueño que no se le quitaba hasta que llegaba la hora de comer. Era alguien de su tamaño, pero con una capa negra que al abrir los brazos parecía como el disfraz de Batman que había llevado aquel año en el Carnaval. Una capa negra mojada. Y aquella cara, más que una cara era un taco de madera, como aquellos que encontraba en la carpintería de su padre.

Tomy creyó que seguía soñando. Abrió el grifo y se lavó la cara con agua fría, cada vez más fría. Es lo que hacía cada mañana cuando se levantaba tarde y necesitaba despertarse rápidamente. Pero el hombre Batman seguía allí. Un Batman con cara de palo más feo y seco que el profe de lengua.

Fue a la cocina y no encontró a nadie. La madre de Tomy aún no le había preparado el desayuno. Le costó sentarse en la silla. Aquella enorme capa que llevaba puesta era muy chula, pero también muy pesada y no le dejaba moverse a gusto: solo podía abrir y cerrar los brazos y mojarlo todo. Además ya no podía repanchingarse en la mesa, sino con la espalda recta, como le decía su abuela. Le gruñía el estómago y tenía mucha hambre.

-¿Dónde se ha metido mamá?- se preguntaba Tomy.

Entonces vio entrar a su madre en la cocina. Estaba vestida y parecía como si fuera a salir, pero se comportaba de forma muy rara, no le dio ni los buenos días, solo cogió a Tommy por los brazos y salió a la calle.

- ¿Qué haces, mamá?-preguntó Tommy- Quiero tomar antes mi colacao.

Pero su madre no le hacía caso. Al salir a la calle, la madre levantó a Tomy sobre su cabeza, como si fuera un paraguas, y se cubrió. Seguro que su madre le estaba gastando una broma, ¡y qué broma!: sin desayunar, muriéndose de hambre, vestido con la capa de Batman y lloviendo a cántaros. ¡Genial!

La madre entró con Tomy en la panadería del barrio. Tomy se alegró: seguro que su madre quería comprarle una palmera de chocolate y un batido para desayunar y se libraría de tomar los cereales de cada día. Pues no, nada más entrar en la panadería, su madre metió a Tomy en el paragüero. ¡Qué sensación! Era como tener la cara mojada, las manos mojadas, las piernas y los pies mojados, como si un coche hubiera atravesado un gran charco y le hubiera duchado. Y encima bocabajo y haciendo el pino como en la hora de gimnasia. Y además, no podía moverse: estaba apretujado entre paraguas de diferentes colores y tamaños, todos empapados.

Entonces notó que alguien lo cogía de los pies. Tomy empezó a reír.

-Mamá, no hagas eso- dijo él entre carcajadas- , ya sabes que tengo cosquillas en la planta de los pies.

Era doña Vicenta, la abuelita del quinto piso,que vivía en una casa que olía siempre a gato y a lentejas.

-¡Que no, doña Vicenta, que se equivoca de paraguas!…-gritaba Tomy.

Pero doña Vicenta salió de la panadería con Tomy sobre su cabeza llena de canas. La abuelita caminaba muy lento y Tomy se estaba mojando muy rápido. Al llegar al portal de su casa, la abuelita lo dejó en el suelo. Entonces una gran racha de viento hizo que Tomy rodara calle abajo hasta acabar en la esquina de la plaza.

Mientras se recuperaba del mareo, vio a Dani, su mejor amigo, en la puerta de su casa. Tomy quiso saludarle, cuando Dani lo tomó por el cuello. Un dia más, Dani no llevaba paraguas, pero hoy Tomy no lo compartiría con aquel gorrón.

-Déjame, suéltame, abusón-dijo Tomy mientras Dani abría y cerraba el paraguas divertido.

Al entrar en clase, Tomy sintió un poco de vergüenza cuando la señorita Trini regañó a Dani por haber llegado tarde. La señorita abrió la puerta de la terraza y pidió a  Dani que dejara el paraguas  afuera.

Tomy estaba contento. No solo se saltaría las clases, sino que pasaría toda la mañana tumbado en la terraza al aire libre observando como sus compañeros trabajaban duro. Se acordó que hoy le tocaba a él corregir los deberes de mates, pero en su lugar era el repipi de Luis quien salía  a la pizarra. Tomy no pudo aguantarse la risa y estalló en carcajadas.

De repente una ráfaga de viento volvió a voltearlo. Tomy se quedó en medio de la terraza bajo la fuerte lluvia y viento. Empezó a tiritar. Intentó agarrarse a algo para evitar que otra racha de viento lo llevara al extremo de la terraza, pero fue tarde.  Al cabo de unos segundos llegó rodando al filo y se quedó allí colgando en el extremo. Empezó a chillar y a llorar pero nadie le escuchaba. Estaba a punto de caer al vacío.

Tomy despertó sudando y con el corazón latiendo fuerte. Aún le quedaban quince minutos, pero Tomy se levantó más contento que nunca y se metió en el baño. Aunque había mojado el pijama, no había rastro de la capa de Batman sobre sus espaldas. Solo quería ducharse y desayunar mucho para no dormirse después en la clase de mates.

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