Fila india


Entonces tú, adulto cansado y escéptico de 2020, visitarás ese purgatorio perdido para dejar sobre toda cosa tu mirada hastiada.

Te levantarás a las siete de la mañana (algo más tarde que de costumbre), no con el tono Backroad de tu móvil, sino con la canción de Los Pitufos sonando por un viejo radio despertador. Comprobarás que no has mojado la cama y descenderás de la litera. Entrarás en el baño, esté o no ocupado, levantarás la tapa del inodoro y echarás la primera meadita del día. Todavía perdonarás a ese niño no haber apuntado bien, pero dejarás sentir tu voz agria:

              -Lávate la cara y vístete.

En la cocina te esperarán tostadas con pan de payés y mermelada o mantequilla a elegir. No será la mantequilla con sal que comes en el pueblo, sino margarina del súper. Para beber, leche con Eko. Luego aparecerá tu madre con su pelo cardado, suéter holgado de doble cuello, look ochentero de buena mañana bregando con cuatro críos, lejos de su tierra, y seguirás preguntándote cómo puede ser tan fuerte.

-Pero, mujer, date un respiro y dile a tu hermana que te eche una mano.

Tu madre sonreirá mostrando esa muesca eterna en sus incisivos.

-Si mi Luchi ya volvió al pueblo…

-No me digas…

- Buah, sin años…

Ya estarán preparados los bocadillos, envueltos en papel de aluminio que apretarás para oírlo crepitar y al que seguirá el cerrar -clap, clap- de los clips de la mochila, que todavía huele algo a la papelería de Eugenia, donde mamá la compró.

En la panadería, que huele a baguettes, os atenderá la Fina, una chica pelirroja, de carácter un tanto atravesado. Te quedarás mirando embobado el aparador de las pastas, las napolitanas, los cruasanes y los txutxos. Y, claro, la Fina te regañará:

-Niño, a ver si mañana lo traemos decidido.

Tú la corregirás, no es esa la actitud de una buena dependienta.

-No seas plomo, mujer, que son solo las ocho de la mañana.

-Usted no se meta…

No harás el camino de la escuela solo, sino con tus dos hermanos y tu hermana Arantxa como carabina. A veces, os acompaña la Sandra, que es un año mayor que Arantxa, y ya está en séptimo. Tiene que ser muy difícil séptimo, pues para llegar ya tienes que saber dividir por todo… Además, deben de estudiar un montón porque la carpeta de la Sandra, forrada con fotos de Rick Astley, está a reventar de folios. La Sandra es alta y espigada como su cola de caballo, lleva aparatos en los dientes y masca chicle hasta durmiendo. Algunas tardes, al salir del cole, envidias secretamente esa bolsa tan grande de chuches que se compra en Can Sicra. Y le deseas lo peor cuando solo invita a tu hermano Jorge, ese mimado cabeza de castaña.

Al llegar frente a la puerta del colegio de las carmelitas de Malgrat, las puertas estarán aun cerradas. Cuando la germana Maria las abra, habrá una avalancha que ríete tú de la de los conciertos de Madonna. Os tendrán esperando en el patio y formaréis filas. Jugaréis al “pásalo” mientras observas como se puebla el colegio para una nueva jornada. Cada estudiante llega como quieren -o pueden- sus padres: los repeinados niños de primero huelen a colonia Chispas; los de octavo, a sudor. Le darás el “pásalo” a la Laura Fors, que no colaborará. Poco después, subiréis a las aulas.

Esta semana le toca a la germana Mai vigilar el patio. Mai es una monja joven que viste de paisano y a la moda: pantalones vaqueros, suéter de Benetton verde oliva bajo el que asoma el cuello de una camisa blanca. Tiene el pelo corto y rizado y gafitas redondas. Ya es la directora del centro y también la más marchosa. Después de rezar el padrenuestro, desearéis que se arranque con su Blues del calcetín acompañada de su guitarra. Os contará el último chiste de Chiquito y lo que pasó anoche en Twin Peaks.

-Vaya horterada -dirás tu desde las filas traseras-, cualquier serie de Netflix le da mil patadas…

Luego empezará la clase de la señorita Gloria, la de ciencias. La señorita Gloria es una mujer elegantísima con un bronceado que le dura todo el año. Te encanta la majestuosidad con la que sube las escaleras, cuyos graciosos tacones parecen deleitarse en cada peldaño. Piensas en eso mientras pasa lista, hoy ha empezado por Quim Vila en vez de por Joan Aguilera, pero a veces lo hace desde la mitad. Observas su cuaderno de notas: es lo que más envidias en un profe. Ese papel delineado con casillas llenas de cifras en boli azul y rojo.

-Juan Miguel, a la pizarra.

Es lo más parecido al infierno: salir a resolver a primera hora de la mañana ese galimatías escrito en tiza blanca: quebrados, potencias, ejes de abscisas… Sientes el aliento de treinta críos en tu nuca y el perfume francés de la señorita. Dejas correr dos minutos más mientras piensas para qué queremos esas tizas de colores que solo usan los de básica.

-Tienes un cero, siéntate.

Suena el timbre: hora del recreo. Los de sexto y séptimo ya se han puesto en fila, pero nosotros salimos antes. Al llegar al rellano de la escalera nos asomamos al hueco; ya están volviendo del patio los de tercero y cuarto, con su olor a pan bimbo. La escalera está formada por peldaños grises anchos y graníticos. El barandal es blanco con un pasamanos de caoba negra siempre bruñida. Cuando salimos los últimos y no nos ve la señorita Pauli, bajamos las escaleras a toda velocidad pasando los dedos por las barandas, como si pulsáramos las cuerdas de un arpa de piedra.

De repente, tropiezo en el último descansillo con un señor que se parece mucho a papá y que soy yo dentro de treinta años. Se me queda mirando muy serio junto a la señorita Pauli y me dice:

-Esta noche te quedas sin cena y sin tele.



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