Alta mar (circa 1350)

                           
31 de marzo, mediodía:

Con la voluntad del Altísimo, emprendemos hoy el viaje de vuelta a la patria. Todo parece sernos clemente: la placidez del cielo, la bonanza del mar y el entusiasmo de los grumetes que, tras la noche de vino y mujerzuelas, se muestran ansiosos de volver a ver a la parentela.

En Esmirna, de donde zarpamos, nos ha sonreído la fortuna y hemos podido cerrar prósperas empresas. Regresamos con una generosa provisión con la que vivir antes de volver al mercadeo.

Micer Andulfo ha trazado con denuedo y tino una ruta con la que burlar a los sarracenos que infestan estas aguas. Una vez hayamos doblado Atenas, dice, podemos sentirnos seguros de nuestra suerte. Micer Andulfo evita hablar del Señor y se muestra reservado y taciturno ante Fray Tolentino, nuestro capellán, que muchas veces lo trata con suspicacia.

1 de abril:

Anoche gran banquete de celebración del regreso al hogar y los venturosos negocios acometidos en tierras bizantinas.
Por la mañana, calma chicha en la mar. Un  grupo de delfines ha desfilado fugazmente por la amura, jubilosos de nuestro viaje.
En el almuerzo, hemos conocido dos bajas entre estibadores. Increpo a los grumetes por su falta de dominio y les llamo a la contención. Decido restringir cualquier fiesta a bordo hasta que lleguemos a puerto como medida de disciplina.

3 de abril:

Cuarta noche a bordo sin grandes sobresaltos.

Ayer tres grumetes más fueron dados de baja. El doctor Lisetti lo achaca a una extraña dolencia y no al vicio nefando ni al trato con furcias. Espera ver la evolución antes de determinar otras medidas.

Me irrito con moderación ante la haraganería que veo entre los marinos. Será preciso dictar nuevas instrucciones entre la tripulación. Micer Andulfo recomienda ejercicio físico e instrucción en el manejo de los nuevos aparejos, como ese cachivache moro al que llama astrolabio, que lo tiene hechizado. Fray Tolentino discrepa agriamente y advierte que la disolución se alivia con oración y penitencia.

6 de abril, Domingo de Ramos:

Crece el desconcierto ante el aumento de enfermos en la tripulación. Ya son un tercio de nuestros más esforzados grumetes los que han sucumbido y el doctor Lisetti urge a imponer la cuarentena. Entre los primeros enfermos se han encontrado fístulas supurantes semejantes a la de los leprosos, aunque el doctor descarta tal mal.

En la misa de Ramos, Fray Tolentino ha lanzado terribles diatribas contra la conducta de los superiores, a los que ha culpado de la lujuria entre los marinos y la expansión de la calamidad. Luego ha aludido a las supercherías de los infieles que se encuentran entre nosotros y que nos conducen a la ruina. Entonces, Micer Andulfo ha abandonado la capilla.

8 de abril:

El tropel de bajas no cesa. El doctor Lisetti me ha hablado de bubas más grandes que un puño entre los veteranos semejantes a la de algunos dolientes de Sicilia. Entre estos enfermos cunde el delirio y Lisetti teme que necesitarán pronto la extrema unción.

Fray Tolentino es cada vez más virulento en sus comentarios y hoy ha llegado a negarle la comunión a Micer Andulfo. Luego lo ha acusado de marrano hebraico y de ser el causante de la ira de Dios contra esta nave. He tenido que llamarle al orden. Siento inquietud por la creciente influencia del capellán sobre los grumetes.

9 de abril, madrugada:

En la reunión de anoche, el doctor Lisetti aconsejó varias disposiciones: desembarazarse de los  primeros muertos, llevar la nave hasta Mesina y librar allí los enfermos en algún lazareto. Fray Tolentino se mostró intransigente en todo punto. Estos días va arengando a la tripulación a pedir responsabilidades y la rebeldía de acto empieza a aflorar entre los inferiores.

Después de larga meditación y por la higiene general, esta noche, acogidos por las sombras, hemos arrojado por el lateral de estribor los primeros despojos.

Escribo ahora mismo temblando como la llama que alumbra este cuaderno de bitácora. Dios tenga piedad de nosotros.

Viernes Santo:

El caos y la temeridad han acabado por dominarnos. Hoy, poco antes de la aurora, un grupo de grumetes me ha forzado a salir de mi camarote entre insultos y blasfemias. Todavía sin creer lo que veían mis ojos, me han dado a conocer sus prerrogativas y las consecuencias de no cumplirlas. Entre ellas, exigen el cambio de rumbo inmediato y la vuelta a la ruta de partida. He intuido una más, pero no la he averiguado hasta que me han trasladado a cubierta. Allí  varios contramaestres y Fray Tolentino me esperaban. Junto al grupo de sublevados, Micer Andulfo y el doctor Lisetti eran dos enormes bulto amordazados.

Ha seguido un oficio de Viernes Santo inusual en el que Fray Tolentino ha jurado vengar la muerte de Nuestro Señor en los infieles. Luego, mientras comulgaba con los ojos vendados, he oído dos golpes de agua por el lateral de babor.

Domingo de Resurrección:

Temiendo correr la misma suerte que Micer Andulfo y el doctor, pasé la víspera del Sábado Santo con gran congoja y penitencia. Entonces, como iluminado en el peor trance por el martirizado, recordé un humilde esquife que todavía se hallaba en la sentina. Era sin duda el peor lugar de aquella nave, pero el único accesible solo para el capitán, conocedor del último resquicio de aquel vientre flotante.

Me serví de una tupida escafandra que hallé en la bodega de máquinas para evitar respirar la miasma de aquel escondrijo, que olería igual que la piel de Satanás. Ya en la sentina, tanteé el casco y halle el escotillón. Solté las amarras que sujetaban el esquife y me lancé al mar. Nada más tocar tierra, caí muerto d agotamiento.

Estas últimas líneas las escribo desde el lazareto al que me condujeron estos benévolos infieles. Quiera Dios que pueda confiar a ellos mis postreros días.

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