El regalo

De hoy no podía pasar. Mañana sería domingo y no encontraría ninguna tienda abierta. Además, había sido invitada temprano al almuerzo de la fiesta de cumpleaños de Eva; apenas tendría tiempo entonces para salir a la búsqueda de algún detalle y detestaba las prisas por lo que era indispensable llegar esta noche a casa con el regalo.
Decidió ser práctica y acudir a unos grandes almacenes. Allí encontraría tiendas de todo tipo en un solo recinto y evitaría perder excesivo tiempo paseando por las calles del centro de la ciudad. Tenía solo unas horas por delante y apenas acertaba a imaginar el regalo ideal para Eva. Se sorprendía de esta circunstancia, pues ambas eran amigas desde hacia diez años y se conocían como hermanas. Sin embargo, habían cambiado muchas cosas en el ultimo año: el matrimonio de Eva con un rico ejecutivo, su nuevo y mejor empleo y la herencia de última hora que recibió de una tía lejana habían convertido a la vieja amiga en una nueva mujer. Debía ser, pues, escrupulosa a la hora de elegir el regalo y no guiarse por los mismos criterios que había usado hasta entonces.
Advertida de la nueva Eva a la que había de agasajar, rehusó acudir a las tiendas más económicas del centro y se acercó a los escaparates más exclusivos del centro comercial. Después de observar con asombro los fastuosos mostradores repletos de carísimo género, encontró un flamante abrigo de pieles que le cautivó de inmediato. El precio de la prenda, además, lejos de disuadirla, le acabó de convencer que aquel era el regalo ideal. Entró en la tienda y se probó el abrigo. Aquellas pieles sobre su cuerpo desataron su fantasía y empezó a convencerse de que, en cierta forma, ella también merecía lujosas prendas. Palpó el abrigo con caricias codiciosas mientras se libraba al tacto suavísimo que cubría su cuerpo de una deliciosa tibieza. El collar de pieles que rodeaba su cuello era lo que más le gustaba; lo desenrolló para admirarlo en toda su longitud cuando de repente apareció en el extremo el hocico diminuto de un animal lastimado. Salió de su fantasía con un escalofrío paralizante. Se retiró de un gesto al probador y cuando corrió las cortinas se desprendió del abrigo como de una maldición. El regalo ideal se había convertido en una prenda ultrajante y salió de la tienda huyendo del abrigo infame.
En la cafetería que había en la terraza del centro meditó sobre lo sucedido: había estado a punto de cometer un grave error. Imaginaba la estupefacción de sus amigas al descubrir el regalo que reservaba para Eva y a la decepción seguirían los denuestos más furiosos contra ella. ¿Qué había hecho de su amor y sensibilidad por toda criatura viva? Había tirado por la borda sus principios por el solo hecho de impresionar y distinguirse con el mejor regalo. Se sintió avergonzada, pero le alivió reconocer que aún estaba tiempo de no cometer tal acto de mala fe. Tenía que hallar otro detalle, pero el tiempo apremiaba y en media hora todos las tiendas cerrarían. La joyería de la segunda planta ya lo había hecho y el escaparate en el que había encontrado horas antes aquella preciosa gargantilla ya estaba en sombras.
Volvió a pensar en el abrigo de pieles y se imaginó a Eva descubriendo el paquete que lo envolvía. Su cara no podía expresar mayor alegría, te lo agradeceré siempre, el mejor regalo de mi vida, algo bello, perenne, como los diamantes, el mejor detalle que solo una gran amiga puede obsequiar. Salió de la cafetería escopeteada y entró de nuevo en la boutique. El dependiente sonrió con una mueca de suficiencia.
El de ella fue el último regalo que iba a descurbirse. Habian bebido ya tres o cuatro copas de cava cuando Eva se dispuso a abrir el paquete de su mejor amiga. Un chirrido procedía del interior de la caja de zapatos negra y lustrosa. Eva levantó la tapa que dejó caer al suelo un segundo después; luego se frotó los ojos y pensó que había bebido demasiado al ver girar sin cesar una rueda sobre la que corría una cobaya parda de enorme hocico que parecía sonreírle.