El motel (4) Mortadela


En la cena y en los desayunos; con pan negro o sobre crujientes y calientes panecillos; con aceitunas, pimientos o a fiambre pelado; acompañada del café o con el vaso de agua primitivo, la mortadela resiste en tu paladar, voltea tu estómago y copa tus menguadas reservas de energía durante los días laborables y los festivos de este motel. Su presentación en sociedad es sencilla, pero vistosa. Dispuesta en lonchas individuales en bandeja, cubierta por plástico transparente y acompañada de mellizas raciones de jamón york y queso llena los anaqueles de las cámaras frigoríficas y luce en las mesas del bufete del comedor las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. A pesar de su ordinaria concurrencia en nuestros sentidos, su sabor, su textura, la temperatura y su templada nos resultan nuevos y exóticos a cada momento. Por ella y su constante fidelidad a nuestro desdichado apetito, empezamos a sospechar que esto de la variedad gastronómica es un camelo, y que el hombre puede espabilarse con una sola porción de todas las viandas terrenales sin necesidad de prestar atención a dietas equilibradas de ninguna clase.

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