El motel (3) El descampado


A las siete de la mañana la noche ya quiere reventar entre las rejas que la aprisionan. En busca del primer autobús de faros estrábicos se apelotonan los trabajadores. Los fumadores son los más aviesos: esperando turno en el mejor lugar de la improvisada cola, satisfacen su dosis de nicotina y a la vez consiguen un asiento para sus sufridos traseros. El resto espera en la cantina resguardados de la reyerta a navajazos que trae el frío de las primeras horas. Al aparecer el auto con su boba luna pasmada y su soñoliento conductor, nos dejan libres con fianza. Aquél que quisiera vernos entonces, como si no fuera con él la cosa, circular, nos creería glóbulos ansiosos manando desordenadamente en la sangre de una herida reprimida pronto por un afortunado torniquete. Del frío al calor en apenas unos minutos, el autobús bulle de galipandias. Lento, agarrotado, encara la autopista que nunca llega al motel de descanso. Hay un vacío secreto entre el punto de partida y el de destino, entre la madrugada mortecina y la mañana legañosa. Nada logra unir el deber y el deseo en ese momento agazapado de suspiros, bromas, cuellos de abrigo alzados, comentarios, pequeñas maldiciones sin provecho y alguna que otra náusea que hace más lúcido el trayecto. Llegamos de nuevo al descampado despoblado con el sueño crispado y tumefacto donde aguardan los autobuses irónicos de los enlaces.

Comentarios

Entradas populares de este blog

La Fiesta (y 10)

La Fiesta (9)

La Fiesta (8)