El motel (2) ¡ Crazy shippers!


A las doce en punto de la noche nos reúnen a todos en la antesala de los pasillos de trabajo. Nos hablan en una lengua de embarazo, llena de semillas cubiertas de una placenta inasible, escurridiza, abierta, brillante y a ratos amenazadora como una navaja para rebanar pan. Todos los obreros parecen atender con ordinario interés el discurso del líder, que elevado discretamente sobre sus subordinados trata de ser efusivo y distante al mismo tiempo. Los iniciados sólo prestamos oídos a la entonación, el ritmo, el timbre de esa voz ajena. Hay dulces recovecos, vagas inflexiones, dinámicos contrapuntos y la modulación de la voz se cimbrea sobre las cabezas de los trabajadores en un columpio invisible. Luego llega el turno de las preguntas de cortesía: se rompe el principio de autoridad para dar paso al diálogo. Cuando se disipan las dudas, frente al campo de batalla surge el brioso estandarte de guerra de la yakuza: ¡Ein, zwei, drei, crazy shippers!, elevado al unísono por toda la concurrencia. De inmediato se crea ese afecto blando de la camaradería que retoña justo antes de los momentos decisivos.

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