El motel (1) Contacto humano


Agradeces una habitación individual en medio de Alemania. Es la primera lotería y el aguinaldo. Allí te infectas más de tus recelos, de tu tibia misantropía, pero no evitas luego el contacto humano que viene con el contrato. La cena, las esperas, el frío de los traslados al trabajo, los vestuarios que han creado el olfato y la luz amarilla de los fluorescentes... Todo vertido en el molde de las cabezas y de los números. Pero casi siempre acabas reconociendo el falso amigo que te imagina solo y la pelusa de to ombligo se pierde en el sumidero. El cambio de piel llega con cada día y la palabra compartida, como una vislumbre, como una banalidad inoportuna, resulta casi milagrosa. Entre ese bosque de castillos con su gimnasia de sonambulismo te niegas a cumplir con las bujías de la tristeza,ni con los nervios de la sequedad, ni con el frío del mundo que se cuela sí o sí por las ranuras de tus bambas y llega al espinazo del solitario. No has abierto solo una charla, sino un armario atestado de trastos que se derrumban sobre tus colegas con esa alegría tonta que tienen las cosas olvidadas al caer...

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