Decálogo político

1. Máxima participación de la ciudadanía y fomento de la conciencia política.



Las protestas recientes, englobadas en distintos movimientos que exigen, entre otras cosas, una democracia más real y representativa, han puesto de manifiesto el grado de desafección que existe entre los políticos y la sociedad que dicen representar. Si la razón de ser del político y de toda su labor está basada en la ciudadanía que le otorga su legitimidad y sanciona sus tareas, es prioritario que cualquier esfuerzo y reajuste en un momento de desconfianza y crisis política se cifre en recuperar el estímulo del principal valor de la democracia, que son los ciudadanos. Y creo que ese difícil objetivo ha de mostrarse persistente y basado en la conciencia de que el papel del ciudadano en un sistema democrático dista mucho de ser limitado y pautado por comicios y plebiscitos. Muy al contrario, lo fundamental es una manifestación continua de su conciencia social y política por medio de organizaciones cívicas, proyectos colectivos y movimientos organizados. Pero no es menos importante que esa efervescencia se canalice por virtud de una comunicación más fluida y eficaz con la clase política a partir, por ejemplo, de medios interactivos y de comunicación.




2. Planteamiento de la crisis económica como cuestión de Estado y compromiso unitario de los partidos políticos.




La crisis económica, que lleva tres años lastrando a millones de ciudadanos, es el principal y más urgente objetivo al que debe enfrentarse el sistema político. Por esta razón, el consenso entre las distintas formaciones políticas es imprescindible para empezar a trabajar en la recuperación. Además de su dramática inoperancia, uno de los más aborrecibles espectáculos que nos han ofrecido los políticos en los últimos años ha sido el encastillamiento de cada particular en sus consignas huecas y, en el peor de los casos, el convencimiento de muchos en la táctica del acoso y el derribo del oponente, cuando no la inercia y la falta de imaginación. Creo que la posibilidad de un encuentro entre los distintos partidos políticos es posible, pero para eso tienen que cambiar radicalmente las formas y el carácter de la dinámica parlamentaria y, con ella, de nuestros políticos.




3. Aprobación de cláusulas contra los recortes en servicios básicos y firmeza frente a los mercados financieros.




El llamado Estado del Bienestar se funda en el acceso y disfrute de los servicios a los cuales tienen derecho todos los ciudadanos y asegurarles mediante su aprovechamiento un nivel y calidad de vida dignos. Desgraciadamente, la política ha vuelto a evidenciar su servidumbre con los intereses privados y le ha costado menos recortar los servicios básicos y las prestaciones esenciales hasta el punto de ahogar al ciudadano que mantenerse firme frente al poder de los mercados. Así pues, no es raro que cualquiera de nosotros esté convencido de que una mano negra controla y gobierna el timón de nuestros intereses colectivos, y que esa influencia no es solo ajena a la democracia, sino que en muchos casos es claramente contradictoria. Una política verdaderamente social y justa debe contrarrestar al máximo la autoridad prepotente de los mercados financieros y asegurar el vigor del estado del bienestar y la cobertura de los sectores más desfavorecidos.




4. Cambio por ampliación del modelo productivo de la economía española.




La bonanza y crecimiento de la riqueza en España estuvo motivada durante demasiado tiempo en un sector único, el de la construcción, que capitalizó con gran riesgo el tejido productivo del país hasta volverlo prácticamente unidimensional. Lo más nocivo fue que no se hallaran alternativas para diversificar ese modelo, de modo que hizo depender el conjunto de la producción de ese fructífero y próspero árbol. El estallido de la burbuja inmobiliaria precipitó la caída del resto de sectores, subsidiarios del principal.




Mi escasa inteligencia económica entiende que si el colapso económico se originó a causa de un pilar sobre el que se hizo cargar toda la arquitectura, la recuperación económica podrá rastrearse favoreciendo una mayor elasticidad del hasta ahora tupido y vertical sector productivo. Esto significa reducir la dependencia del sector de la construcción y la exploración de nuevos sectores que generen bienes y servicios en el seno de la llamada sociedad de la información.




5. Reforma laboral y fin de la precariedad.




Desde el incio de la crisis ha ido rondando por la cabeza de los políticos, soliviantados por grandes corporaciones económicas, la necesidad de una reforma laboral en España. De nuevo se ha vuelto a evidenciar que ante los efectos implacables de los trucos financieros no caben otros remedios que los no menos implacables recortes y anulación de derechos laborales. A este atolladero que condiciona una respuesta injusta causada por un juego no menos fraudulento hay que oponer una reforma laboral que pondere el fin de la precariedad y los "contratos basura" y un ejercicio de sinceridad política, en el que la creación de esperanzas por parte de los políticos no conlleve una frustración final ni una devaluación de los logros de los ciudadanos.




Tenemos la generación de jóvenes más formada de la historia, aquélla que se ha nutrido con la ideas de que una sólida formación es básica para conseguir un futuro digno. Hay que estimular y aprovechar a fondo este "capital humano" y esta convicción, pero no dejándola en el terreno estéril de la abstracción, sino evidenciando una y otra vez sus posibilidades.




6. Saneamiento de los partidos políticos y reformulación ideológica.




El descrédito de un sistema democrático empieza cuando cala la desconfianza hacia los políticos y las formaciones de las que forman parte. En España se ha consumado una triste deriva: la que va de la confianza en la eficacia del modelo de democracia representativa (frente a las dictaduras que han malogrado nuestro progreso secular) a la total inercia y enrrocamiento de la clase política en la ideología como única base de legitimidad, como un fin en sí misma.




Las grandes crisis exigen grandes reformulaciones. Si algo ha quedado claro últimamente es que este siglo XXI es notablemente distinto incluso de la última década del precedente. No se puede continuar haciendo política con métodos y fórmulas caducas ni ideas poco ajustadas a los vertiginosos desafíos actuales. Se hace necesaria la lluvia de ideas y el cambio de piel manteniendo la base común sobre la que pudiera confirmarse cada día nuestra libertad y participación efectiva en el sistema.




7. Creación de listas abiertas y limitación de mandatos.




La democratización de los partidos políticos se basa en la comunicación abierta y honesta con los ciudadanos, que son, como hemos dicho, la base y razón de ser de los mismos. En este sentido, es urgente la renovación periódica de las listas de los candidatos que se presentan en las distintas consultas, más urgente cuanto mayor responsabilidad y cercanía tenga el candidato con el ciudadano. Asimismo deberá favorecerse la limitación de mandatos con lo cual será posible crear una dinámica política más ágil y afanosa y evitar inercias y posibles clientelismos.




8. Impunidad con la corrupción.




He aquí el cáncer fatal de la política y, sin embargo, el más insistentemente rebrotado entre los políticos españoles. Desde el inicio de la democracia no ha habido legislatura que no se haya visto afectada por esta lacra, en cualquier nivel de gestión, abrigado el corrupto bajo el manto de cualquier ideología. Me temo que si esto ha sido posible, se ha debido a que no se ha actuado con la misma energía con la que se actúo contra el terrorismo, los golpistas y otros elementos contrarios a la libertad. Tampoco se ha sido consciente de su radical poder erosivo de la función política. La justicia y unos órganos legislativos diligentes y voluntariosos deben cortar de raíz cualquier atisbo de componendas o tráfico de intereses y lucros que colisonen con el ejercicio claro y honesto de la gestión pública.




9. Transparencia en la gestión y evaluación constante.




Para ello es ineludible que cualquier acuerdo y acción en las administraciones quede registrado y evaluado oportunamente y que la responsabilidad ante cualquier desvío quede fundada sobre todo el cuerpo de representantes políticos, sean de una coroporación municipal, autonómica o del gobierno del Estado. Asimismo sería síntoma de buena salud democrática que esa transparencia viniera coronada con la presentacíón de datos referidos al patrimonio de los gobernantes desde el incio hasta el fin de su mandato.




10. Imaginación, esfuerzo y sensatez.




A mi parecer las distintas ideas políticas de las formaciones que concurren hoy a las elecciones se han visto vapuleadas desde hace ya algún tiempo por los varios acontencimientos que han inaugurado el siglo XXI. Además, las difíciles circunstancias de la crisis económica actual han acabado por darles el golpe de gracia. Por lo tanto es necesaria e inaplazable la lucidez, la altura de miras y la generosidad que requiere todo acto de imaginación. Solo desde un conocimiento cabal y desprejuiciado de la realidad social podrán surgir las nuevas ideas y proyectos, fieles y determinados en el logro de un gran número de objetivos pendientes. Objetivos que deberán llevarse a cabo con un denuedo y energía también distintos, como va a ser distinta la responsabilidad y sensatez que debe dirigir nuestras acciones y cuya ausencia nos ha sumido en este marasmo momentáneo del que solo saldremos si las recuperamos.




Comentarios

Entradas populares de este blog

La Fiesta (y 10)

La Fiesta (9)

La Fiesta (8)