Cables: Los convencidos

Luego de la ordinaria siesta de sus días, contratados a tiempo parcial en las calendas, se les verá surgir, aparecer, manifestarse. Tras la reparadora hibernación y espoleados por una fe legañosa, levantarán lonas en los descampados, enarbolarán banderas y oriflamas, se fajarán de emblemas y lemas, sahumarán de ofrendas y ringorrangos los totémicos estrados y al pie de contratas y cabildeos se entregarán fervorosamente al votivo espectáculo de los péndulos.



Los reconoceréis. Brilla en sus ojos una alegría largamente constreñida que no disimula el tedio metódico de la polilla. Sus sonrisas han probado el revés apremiante del escalpelo y ha quedado en sus rostros una mueca pasmada, pero versátil. Sus sufridas manos, hábiles para el trueque y la tunda, increpan, asaltan, se erizan unas veces; aplacan, voltean, se mecen en vaivén de ovaciones y clamores las otras. Sus dedos, en fin, menudos y acechantes cual sus oídos, capturan en el aire la preciosa mondadura de las palabras que les arrojan para que perseveren en la servidumbre.



Poseen el raro y encomiable don de las resurrecciones: logran hallar nueva savia aun en lo más degradado con el mismo desvelo con el que el verraco hoza en la cochambre donde encuentra su merienda. Y evitando el salto imaginativo de las luces, sacan a pasear sin reparo los roñosos figurones que no osaron quemar en las añejas piras. Compiten con el escarabajo en el oneroso tráfico de las cagarrutas y, llevados por tal afán admirativo, consagran con su júbilo el rasante vuelo de sus urracas.




Los reconoceréis. Los henchidos himnos y arengas que los congregan bastan para que crezcan y se perpetúen sus arruinadas voluntades. Apenas se distinguen sin la guarnición entre la que prosperan, pues son gregarios en sus costumbres. Se diría que, en su ultratumba, sueñan con formar parte de un conglomerado de siameses obnubilados por la resaca del mitin bullangero y atenuar así su hambre de cemento. No entienden la tristeza media, la pobreza media, la angustia media-baja, la mierda de los día lunes, los día martes y miércoles ni se molestan en leer la letra grande del pueblo que procuran si no es al trasluz del vaso en el que sus caciques les escupen sus gárgaras.




Al calor de la fragua vergonzosa que les calienta, se les está quedando esa disciplina secreta de las caras armadas para cualquier contratiempo y para todas las poses. Pronto estarán a punto para los asaltos, los sicofantas, las polémicas calculadas, las componendas, las espaldas cubiertas y las inmunidades vitalicias del negocio que esperan heredar. Tendrán, como sus santos, sus cucos y sus copleros y bastará entonces un mohín campechano, una muletilla que glose el discurso, una gracia eructada para que toda la feligresía se rinda a sus pies. Están seguros de su destino. Saben lo que quieren y lo que los requiere. Así son ellos, los convencidos.

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