Cables: Desenfocado



Habían acabado de almorzar y posaban para la prensa. En el encuadre, cada uno de ellos con su porte natural. El aire doméstico no atenuaba lo engolado de las moquetas oficiales ni las tiaras de los generales. Sofocado en el pecho el relumbre castrense de las condecoraciones, el coro de los invitados procuraba amodorrar la cuerda de las liras épicas y disipar con pudor viril todo boato. Aquí el vicario de Cristo con una sensata fruición por las bellas letras; allá, el delegado general de los literatos en Cuaresma esperando las benévolas regalías; acullá, el vate de La Recoleta con su frenesí de caudillos y de sagas en el borde de sus velados ojos, ebúrneo y nimbado por sus purgatorios y sus cortesías de última hora. Todo, en suma, muy siglo diecinueve y muy caduco.



Sin embargo, el cuadro de época no lograba ajustar al apocado señor de negro, que se debatía entre aquella mascarada sonámbula. Se diría que deseaba abdicar de aquel modelado, pero que el "reporter" le obstruia el paso -"una más, señores, la última". Ni un gesto elusivo, todo sobriedad en cada hornacina. Pero en el último rapto de las máquinas, un mohín irrespetuoso, una oscura queja, una lucidez de Kodak sabotea el conjunto ceremonial de aquellas tallas. La foto salió desenfocada.



Los generales intercambian miradas de modestia con los invitados y se encienden en las canas aprensiones el fulgor de las conspiraciones. El hombre de negro parece deslindarse de esa porcelana y encararse frente a su propia matraca de palabras sin cuento. Un hombre a ratos huérfano en esa cuadra de usurpadores, pero que esta vez, por la insólita vocación de los espejismos, nos permite verlo acompañado de esas máscaras en alarde centrípeto de vergüenza, mientras él, domados sus empeños por un día, lustra su historia de denuncias y sublevaciones con la ración de astringente que le ministran los cortesanos.



Aún vivirá treinta y cinco años sin desdoro. Apurará el aliento letal que se aventura en las simas y el inabarcable destino de los exterminios. Entregado a la ceguera de su justicia humanísima, tendrá ocasión de pergeñar el anverso de los expedientes sumarios que se averiguan en las infames mecanografías de los engranajes. Y enfocará para otras postrimerías el ajuste neto de las fotografías que sólo se advierte nítido y sincero en el revelado.




En la fotografía, de izquierda a derecha: Horacio Esteban Ratti, el general Rafael Videla, los escritores Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato; el padre Leonardo Castellani y el general Villarreal.

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