La madre


25 de setiembre, miércoles.


Carrer de la Mercè. Calle de la Merced. No, no es la Plaza de la Merced, aunque los carros y curtidores que van pregonando todo el día por estos lugares me recuerdan tanto a los de Málaga...Esta mañana cuando bajaba con la Sunta hacia esa placita de abastos que aquí llaman de la Caterina me ha sorprendío el chiflo de un afilador, y me acordé de Rosita, la del practicante. Vaya tontería! De chicas, Rosita y yo solíamos callejear mucho por el Perchel y al caer la tarde, sin la resolana, subíamos al Gibralfaro a ver los charangueros que llegaban de Algeciras al puerto. Desde aquellas alturas se oían los alegres silbatos de los afiladores anunciando su llegada a los vecinos. A la Rosita, con aquella chiquillería tan sonsa que tenía, le mosqueaban los afiladores: creía que traían el yuyu y eran reclamo de la morería, y perjuraba que en unas horas nos llevarían a todas por los pelos...


La Rosita era morenica y un tanto cuchareta. Tenía mucha gracia cuando se arrancaba con tonadillas y era lustrosa de carnes. "Tendré doce críos como doce soletes", se decía sin dejar de mirar al mar. Y yo le envidiaba ese torbellino que llevaba en los adentros, y ese no estarse quieta y el nervio que la llevaba de un lado al otro como las corzas... ¿Qué habrá sido de ella? ¿La tendrán de cigarrera, como a la Fabi?


28 de setiembre.


La Lola está guapísima. Es mi estampa, solo que más reconcentrá. Le gusta poco la calle, es niña ventanera. Yo la animo y la pico para que no se agríe, pero ella coge dos palillos y se me pone a tejer, y así se le va la tarde. No es temerona, pero lo de encerrarse le viene de La Coruña, porque aquí apenas cae gota y con la de chavea que hay en la calle..., pero no le atraen los regocijos, y apenas habla. Yo cantuseo para partir el silencio que nos reúne, y la Lola se sonríe, y entonces yo me animo y elevo la voz, gorgoreo, y ya me dejo y me sale cualquier sonsonete o quiebro, y sé que le gusta y que eso le da gábilos.



Pablo le hace mil zalamerías y Lola se le va detrás, la muy cuca, que tiene al hermano ganado... Y se mete en su cuarto y le coge las pinturas, Anda, hazme una semblanza, le dice al tato, y se le queda mirando fijamente, como las gatas, y hasta le vuelve el pábilo a los ojos y un resabio extraño que le enciende y le da bríos, y es del amor que tiene por su Pablo, y lo que la mima Pablito, que ayer hasta le trajo una mantilla indiana de esas que venden en el Bogatell, y la Lola se la puso y se quedó puesta para el retrato, y encerraítos se quedaron lo menos hasta la hora de cenar, cuando la Sunta volvió a encontrarme enortá en la poltrona como una viejecica anisá...


3 de octubre, jueves.


José está dando clases de nuevo. No para de fumar. Con el café, se fuma unos pirulís que da gusto. Yo le riño, y le digo que no se mete otra cosa en la gabina que malos humos, pero él no atiende, me ignora, porque sabe que así me enfollina y que no hay cosa que me dé más coraje...José no ha sido nunca un samargón serrano, siempre ha sido desgarbilao. Su vida toda ha sido la Escuela, el Museo, cuando Málaga, y el niño de la casa, también. Cuando José está desabrío se va a rondar con Pablo por Barcelona. Se están todo el día por la Escuela de las Bellas Artes. José ya me ha dicho que está cursando la solicitud de ingreso para Pablo. José tiene una espinica con Pablo, pero Pablo no tiene más que cariño por su padre. A veces se me encoge de amargor. Yo entonces le recuerdo la exposición que organizó con cuadros de su niño allá en la rebotica de Ardales, cuando La Coruña, antes de mudarnos a Barcelona. Pero nada, no hay manera de quitarle el regomeyo que me lo tiene. A veces se queda velando al niño, que sigue trabajando hasta altas horas y se está tieso con él, acompañándole desde el pasillo. Cuando vuelve a encamarse ya no pega ojo, María, María, y yo me hago la acipotá, que ya le huelo, y entonces vuelve a levantarse y ya no vuelve al cuarto en toa la noche, y amanece el salón con una humarea de espanto y el cenizo atrabancao de pitos.


5 de octubre.


Hoy José y Pablo han estado fuera todo el santo día. Yo supuse que habían estado en la Barceloneta marineando, porque Pablo ha vuelto con los bolsillos de la bandolera llenos de cuartillas con carboncillos. Pero al ver llegar a José con una pareja de palomos ya me he figurao que José se ha salido con la suya.


Desde que llegamos a Barcelona, José se ha enjotao en buscar un taller para que Pablo trabaje a su antojo, y ya ha apalabrao un cuarto en un callejón cerca de casa. Yo me he enfuñao y no me he guardao las verdades, y le he dicho que quiere alejarme al crío; pero después me he aserenao, he recapacitado y me he dicho que Pablo merece algo más que un mal cuarto para recrearse, y entonces que visto que soy carajota y mala, y me he amostazao de no querer a Pablo tanto como José, y ya se me ha quitao el gusto y me he metido en la cama escamá para que nadie, ni la Sunta, me vieran con esa mosca prendía.


Al levantarme me he sentido más atemperá. He entrao al cuarto de Pablo y me he puesto a tocar y ordenar sus cosas. He visto sus cuadros, cada vez son más grandes, y he comprendío que llegará un día en que nada de lo que quiera pintar cabrá en este triste cuarto, que pintará para reyes, para el Papa, que pintureará angelitos y serafines con tal primor que ni los del Municipal, porque yo sé que Pablito no va a pintar palomas y palomares como hace el sieso de su padre, si acaso algún mendigo más, alguna campesina, alguna mulilla negra de esas que se ven aquietás a la vera de los colmaos por estos andurriales del Borne, muchas cosicas, muchas, antes de ponerle cara a una madre de Dios que ni las del Murillo...


Domingo, 6 de octubre.


A veces me aroro de mis propios sueños, que llegan a ser tan terribles como el de esta noche. José me dice que duermo mal porque ceno una barbaridad, y la Sunta me riñe y me dice que anublo por la tarde y después no tengo otra cosa que pesadillas y tormentas en la cabeza.


Soy tonta y una jartible. Hoy he visto con malos ojos a José, que me ha recordao a su hermano, Salvador, y todo por el mal sueño de la víspera. Esta mañana, mientras se desayunaba fumando, ese humo del purito me ha alumbrao aquella otra humarea que despabiló a Pablo el día que lo parí. Pero si no será malange Barrabás que esta vez el mismo humo no pudo hacer ná por mi pobre Concepción. Y yo veía a mi Conchita temblando y arrecía bajo sus mantas, encogía por el garrotillo que me la robó para siempre.


Yo iba a decirle a José que no fumara hoy en casa por mi bien; pero no he querido parecer chalá ni caprichosa y me he tragao el cumplío. El sueño me ha dado coba por el magín todo el día y hast quería vencerme por la tarde. Pero yo me he salío con la Sunta para alejar la mala sombra y hemos andao hasta la Ciudadela, que ya es mi rinconcito de Barcelona.


Esta noche quizás descanse mejor, aunque sabe el Señor que tengo clavaos los últimos jadeos de Conchita antes de que se la llevaran los ángeles...


8 de octubre.


Soy mala y mi cabecita me lo grita cada noche. A veces no duermo y me quedo echa misto. Pero sabe Dios que aún estoy a tiempo de arrepentirme y no cometer una tontada...


14 de noviembre.


La casa está cada vez más sola. José no llega de la Escuela hasta la hora de la cena; Lola y Sunta con sus labores, y Pablo ya se ha echao unos amigos, "los del azafrán", los llama él, con los que se va cada tarde a pintar puestas de sol.


Anochece pronto y es molestoso salir a la calle sin compaña y con esta blandura. Me quedo en casa y entonces pienso en ponerme en el fogaril a preparar la cena. Pero algo me lleva a curiosear en el cuarto de Pablo, ya medio pelao. Los últimos lienzos y todas sus maritatas faltan; su padre los llevó al taller de la Plata, cuando me sale al encuentro una cuartilla con un retrato en carboncillo de José. Me da un vuelco el corazón. ¿Un regalo de Pablo a su padre? ¿Quizás una disculpa por la bulla que el domingo tuvo con él? José, le digo, el niño no puede ver con otro ojos que con los que Dios le ha dao, y tú quieres ponerles cerrojos; pero llega Pablo y pone paz, si yo en el fondo entiendo a papá, que ha salío a caminar un rato, como hace siempre que le da el titón, y al volver ya está abrazando a su hijo, que va camino de sobrepasarlo y descabezarlo a poco que crezca otra miaja...


6 de diciembre, viernes.


José y Pablo traman algo. José está más guasón. Parece que la galipandia que le cogió la semana pasá le ha berrendeao. Están trabajando mucho en el taller de la Plata. Yo, cada domingo, cuando me paso, solo veo botes de alquitranes, búcaros y valijas. José no suele estar el domingo en el taller y Pablo prefiere pasar el domingo fuera de Barcelona con el Pallarès.


Hoy he aprovechado y después de dar un bardeo por la Laietana me he acercao al taller. He estado bicheando entre los barnices y los lienzos, y luego de descubrir uno de ellos bajo una sábana, me ha espantao un rostro de enferma, la cosa más patética que imaginarse pueda. Me he embotao algo y he estao enfurullándome sobre las tretas de Pablito y el padre que le lleva. Me pregunto si Pallarès sabe algo de esto, porque me consumo solo de pensar en qué plan se han enjutao los pájaros...


14 de diciembre.


Tranquilidad. Mi hijo confía en mí. Ayer me llevó al taller y comprobé que no hay razón para esmorecerse. La enferma patética de su cuadro es una moribunda. Le toma la mano un viejo doctor que es un calco cariñoso de José. Me ha emocionado ver a José en los arrebatos de Pablo, el amor que se tienen los dos. José está cada día más asombrao de Pablo. Me ha jurao y perjurao que va a dejar de pintar palomas, vamos, que ya no volverá a pintar jamás mientras se le llenaban los ojos de lágrimas contemplando a su Pablo. Yo no lo había visto tan avizorao desde la muerte de Conchita.


27 de diciembre, jueves.


Hoy hemos estado rondando el Paralelo y José nos ha invitao a almorzar. Por la tarde, hemos llegado a casa calaítos de la nube que se ha tendío sobre Barcelona hacia el mediodía. Pablo no ha querido salir y nos ha acompañao toda la tarde. Junto al fogaril se estaba a gusto y a refugio de la ventisquera que temblaba en los ventanales.


Había tal quietud que no he podido evitar caer rendía y dormirme. Es la primera vez en mucho tiempo que nada me tira del corazón, que me siento en confianza, y me he dejao llevar por el sueñecillo. ¿Cuánto habré dormido, veinte, cuarenta minutos?


Al despertar he visto el medio rostro de Pablo observándome tras un lienzo blanquísimo. Dos horas, mamá, y se ha sonreído con picardía, el muy gañán. Yo he vuelto a mi sueño aún más relajá, mientras el pincel me susurraba al oído desde cada uno de los rincones de la tela de Pablo...




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