Vargasllosiana (3): Semilleros


La obra de Mario Vargas Llosa es prolífica en novelas de gran ambición, pero llama la atención la discreta representación que, vista desde el amplio conjunto de su obra, dedica al cultivo de la narrativa breve. Esta curiosa evidencia resulta todavía más llamativa si se tiene en cuenta que la obra con la que el "escribidor" debutó en el mundo literario era una colección de relatos titulada Los jefes, y que gran parte de la producción literaria de muchos de sus compañeros de generación (Fuentes, Ribeyro, García Márquez...), e incluso de sus maestros (Onetti, Cortázar, Hemingway), fueron fecundos en el arte del cuento, abundancia gracias a la cual deben parte de su reputación. Pero, ¿a qué se debe ese abandono tan prolongado del cuento por parte de un portentoso novelista? ¿Cuál puede ser la razón que ha privado a los lectores de disfrutar de un Vargas Llosa trabajando la intensa concisión del relato? Hace unos meses, el propio escritor confesó que su inhibición estaba motivada por una conciencia de incapacidad:


En todos los años que llevo escribiendo muchas veces he intentado escribir cuentos y he fracasado (...) Creo que el cuento es un género muy difícil, que está más cerca de la poesía que de la novela. (Entrevista íntegra publicada en http://www.elcomercio.pe/, día 22 de abril de 2010)


Probablemente esta definición con la que el novelista emparenta el cuento con la poesía y el recurrente, pero estéril esfuerzo arrojan luz sobre su renuncia a cultivar este género, lo cual, a su vez, confirma de nuevo la honestidad del autor con su oficio y sus lectores. Sin embargo, esa confesión no desdora un ápice la calidad literaria de un libro como Los jefes (1958), y aún menos ese portentoso ejercicio de técnica narrativa que es Los cachorros (1967), dos obritas que completan con compactos y audaces méritos, la vocación eminentemente novelística de este escritor peruano.


El tanteo cuentístico de Vargas Llosa, tan temprano y tan pronto abandonado, refleja un entorno y una realidad que se correspondían con las que acababa de vivir el novísimo escritor que, apenas emigrado del Perú y acomodándose a las lejanías de Madrid o París, se aventuraba a revisitar sus experiencias de adolescencia. El Varguitas, cadete interno del Colegio Militar "Leoncio Prado", que escandalizaría a las autoridades militares de su país para gloria de la novela La ciudad y los perros, ya estaba reuniendo en su torno una arcilla fresca y moldeable con la que revestir la dura piel de los adolescentes de la Lima de los años cincuenta y de cuyos ideales, despropósitos y desorientaciones preludió en Los jefes y consumó definitvamente en ese raro epílogo a su primera etapa que es Los cachorros.


En esos cuentos está el aprendiz de escritor y todo el aluvión de su formación intelectual; de sus pasiones aflorando sin freno; de su afán de denuncia y de incitación, pero también de disciplina y de método, de búsqueda de una voz propia. Cuentos que son, en resumen, la expresión libérrima de una predilección larvada en el Colegio Interno donde Varguitas descubría y afirmaba las virtudes de la evasión por las ficciones, fueran éstas las cartas de amor que escribía a las novias de sus camaradas o relatos eróticos que circulaban clandestinamente por los lóbregos pasillos de aquel colegio cuartelario de Lima.


Así pues, el rompeolas de todos los ideales del joven escritor tuvo su prometedora cristalización en Los jefes, colección de seis relatos encabezada por un relato homónimo en la que la rebelión de un grupo de estudiantes contra la arbitrariedad de las autoridades de su colegio sirve a Vargas Llosa para poner de manifiesto sus primeras convicciones éticas, tan sartreanas, basadas en el compromiso y la utilidad posible de la literatura frente a cualquier autoritarismo.


Los adolescentes de estos relatos son chicos cuya socialización y confianza en los demás sufre pronto una decepción por alguna clase de contradicción, sea ésta una falta de responsabilidad e incosecuencia, sea una simple deformación del carácter y los principios. A la postre, estas circunstancias impiden la posibilidad de éxito de cualquier proyecto colectivo, de cualquier solidaridad. Con todo, la amistad acaba siendo un resquicio contra la desmoralización, como sucede en el cuento "Día domingo", donde la rivalidad clásica entre dos muchachos acaba en reconciliación tras uno de esos momentos decisivos en los que se pone en juego la propia existencia, y que eran tan caros al existencialismo, también presentes en "El desafío". Por su lado, "El hermano menor" abunda en la falta de un modelo en el que ampararse y el prematuro desarraigo. En su conjunto, los relatos de Los jefes, plenamente realistas, constatan que la agresividad es el arma más socorrida para defenderse de un entorno agreste. En este sentido, el primer libro de Vargas Llosa ya vislumbra el núcleo de violencia que sostendrá y justificará la rebelión de los jóvenes cadetes del Leoncio Prado en La ciudad y los perros (1963).


La adolescencia volverá a ser la protagonista del último testigo cuentístico de nuestro escritor, Los cachorros. Casi diez años median entre este relato y Los jefes, con toda la experiencia y pericia adquirida que eso supone y ha de creerse con toda justicia, pues este relato es posterior a La ciudad y los perros y a otra novela asombrosa, La casa verde. Los cachorros tiene como eje vertebrador la historia de "Pichula" Cuéllar desde que ingresa en el Colegio Champagnat hasta su muerte, haciendo hincapié en las consecuencias de la castración que sufrió de niño a causa de la agresión de un perro. Tal accidente será determinante en la evolución del joven Cuéllar, pues le llevará a mantener una relación conflictiva y cada vez más extraviada con su entorno social.


El drama íntimo que supone la castración de Pichula es el pretexto que ayuda al autor a reflejar la incapacidad del protagonista de cumplir con las expectativas que sus amigos y familiares le exigen, desde las incipientes pulsiones sexuales hasta la búsqueda de un su lugar en la sociedad debido a una inmadurez que acaba sumiéndolo en el fracaso personal.


La habilidad en el manejo de las distintas voces (amigos, compañeros de escuela, familia, adultos) que concurren en el relato para ilustrarnos la anomalía de "Pichula" es la mejor demostración de que Vargas Llosa ya era un escritor en plena posesión de sus facultades. El virtuosismo y riqueza de su idioma (el castellano versátil, ágil y modernísimo del que se sirve), que da contorno y expresividad hasta a la mínima anécdota, permiten considerar que en Los cachorros se da una verbalización de la realidad, hasta el punto de que los modismos, giros, onomatopeyas, frases hechas y alusiones que lo pueblan forman una suma de tal plasticidad que parece que el lenguaje sobrevuele la misma realidad que reconstruye. ¿Acaso no es ésa una de las grandes ambiciones de todo escritor?

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