Las edades de Witold





"Carácter obsceno de obras literarias y artísticas". Prestemos atención al adjetivo y sigamos cotejando el diccionario. "Obra literaria y artística de este carácter." Consideremos ahora a qué aplica la Real Academia el adjetivo que hemos resaltado. Y finalmente transijamos: "Tratado acerca de la prostitución." Así pues, y si quisiéramos contemporizar, aceptaríamos, de momento, las dos primeras acepciones para indagar un poco en la naturaleza escurridiza, controvertida y astuta de la pornografía y, de este modo, tratar de aclarar si Witold Gombrowicz nos plantó ante un tratado libre de prostitución o si, como el propio autor advierte, nos quiso proponer una nueva manera de acercarse al comportamiento humano de la que la obscenidad sería su primer atributo. Pero, ¿a qué o quién endilga Gombrowicz en su novela Pornografía tan contundente calificativo?




Para empezar, imaginémonos un país obscenamente ocupado y maltratado como Polonia en uno de los momentos más obscenos de la historia de la humanidad; divisemos a estribor a Hitler, y a babor a Stalin, y en el centro polaco de Grocholice, recoleta, conyugal, sin apenas nostalgia de absoluto, una casita campestre, ajena aún a los horrores, a la que han sido invitados dos hombres ya entrados en la edad madura, Fryderyck y Witold, para refugiarse de la Varsovia de obuses por gracia y beneplácito del matrimonio que forman Hipólito y Maria, junto a su hija Henia, adolescente comprometida con Waclaw, catolicísimo exponente de moralidad adulta, mientras en derredor fisgonea el jovencito campesino Karol que, entre tanta irreprochable madurez, se dispone a hallar aquello que parece honorar tanto a sus convecinos. En resumen, la madurez por un lado, la juventud por el otro y la guerra entre bambalinas son el propósito principal del que se sirve Gombrowicz para exhibir su indisimulada y pornográfica "guerra" de edades. Para ello, y en el colmo de una ironía que no remite en toda la novela, el propio autor se presenta como el testigo principal de una comedia lúbrica que se contonea en un lugar y en otra guerra que el autor no conoció sino indirectamente. Con ella, el autor analiza agudamente la imposibilidad trágica de salvar una de las más desoladoras antinomias, la que distingue la juventud de la madurez, y de qué tácticas desesperadas y puntillosas estrategias se sirven los que aspiran desde su respetable edad a la grata irresponsabilidad, la benévola ligereza, la constante sensación de imperfección, de lo inacabado, de la necesidad también de ningún absoluto: de la juventud.




Desde nuestra tierna experiencia, convendremos en aceptar que en toda pornografía hay una tácita aceptación de una mentira y de una impostación más o menos seductora, de cuya desnudez solo nos llega una porción -y no ciertamente la más generosa- del placer que buscábamos en ella. El resto lo añadimos nosotros; o, más bien, nuestra excitadísima imaginación y todo el aluvión de pulsiones eróticas que la preñe. De ahí que el consumidor de pornografía no sea más que un onanista con voluntad de dominar el contexto erótico a partir de la imposición de todas las ficciones de su fantaseo sobre la base de la farsa que contempla y a la que puede asistir como creador o como espectador.




La pornografía de Gombrowicz nace con idéntico empeño. No esconde el afán solapado de querer subordinar lo que es todavía libre, irresponsable, ajeno a toda seriedad y principios (la juventud irresistible de Karol y Henia) a una ficción creada y dirigida por una inteligencia y una voluntad maduras (la de Fryderyck y su más escrupuloso cómplice, Witold) que, sin embargo, ansían infantilizarse, es decir, rebajarse de nuevo al gobierno del cuerpo y del instinto por la propia Inferioridad que representan los muchachos en su juventud.




"Su juventud no nos era tan inaccesible. Teníamos el recurso del pecado común. Aquel pecado parecía hecho expresamente para unir el florecer de un chico y de una chica con alguien...no tan seductor...con alguien mayor y más serio."




En el fondo de Pornografía late una obsesión de la que su autor dejó constancia en su diario íntimo: "Encontrar un acceso más abierto, más dramático hacia la Juventud. Revelarle sus vínculos con la madurez para que se complementen la una con la otra." Y ese posible "acceso" toma en esta novela la forma de una ficción sostenida a partir del espontáneo, pero también coquetamente ensayado cortejo que se prestan a simular los dos jovencitos Karol y Henia bajo las indicaciones del voluptuoso voyeurismo de Fryderyck, que confía conseguir en la banalidad de cada uno de los escarceos "amorosos" de sus compinches una invitación al universo ocioso y encantadoramente negligente de los chavales.




Inquietantemente desarmante es la lente aumentativa con la que Gombrowicz no cesa de enfocar el gradual resquebrajamiento de todos los principios que honoraban y apuntalaban el ámbito de la moralidad adulta, el único que ofrecía alguna validez y ascendiente de los personajes maduros sobre los menores de edad. Esa quiebra se evidencia a partir de una irresistible e imparable abandono de los adultos a lo instintivo, lo inconsciente e incluso a lo abyecto y cruel, trasunto de una mayor perversión, que es la guerra, y que en su espectral presencia parece propiciar todos los desmanes que tendrán lugar en el microcosmos de la augusta casita en medio del campo polaco.




La ironía que despliega Gombrowicz a lo largo de esta estupenda novela está traspasada por los pespuntes de sarcásticos aldabonazos. Y este sarcasmo surge de una proyección de sentido y de significación sobre lo completamente banal para dotar de gravedad a aquello que, en principio, carecía de ella. Asimismo, lo banal viene representado exageradamente por el mundo de los adolescentes contrapuesto al desenfreno neurótico de los adultos y sus reglas morales deterioradas y paulatinamente repudiadas; su astucia manipuladora y, sobre todo, el reconocimiento de una irremediable fealdad a través del conocimiento del pecado del que los muchachos parecen graciosamente ignorantes. En este contexto, lo obsceno no sería tanto el erotismo encubierto con el que los adultos (Fryedryck entre todos) juegan a la afinidad con los jóvenes; sino el malogrado intento de manipular a Karol y a Henia y disponerlos para las más oscuras intrigas que se van tendiendo entre los adultos y que su moralidad les priva de cometer de motu propio.




"Cómo era aquella juventud? Era pura, verdaderamente fresca y natural, y sencilla, e inocente? No. Era 'para los mayores'. Si aquellos dos se habían lanzado a la aventura era para nosotros, dócilmente, para gustarnos, para flirtear con nosotros..."




Bajo estas condiciones, el posible encuentro entre ambas edades, la juventud y la madurez, sólo puede llevar a lo monstruoso, cifrado en los distintos homicidios con los que acaba la novela y que en clave de humor negro acaba evidenciando el abismo moral de unos y otros:




"Su ligereza (la de los jóvenes) les permitía las más sangrientas empresas porque las transformaban en otra cosa- y la aproximación al crimen era precisamente una destrucción del crimen, realizándolo lo aniquilaban."




En definitiva, Pornografía es un tragicómico planteamiento de la posibilidad de encontrar un puente afortunado entre la juventud y la madurez para una necesaria y fructífera complementareidad, según el confesado deseo de Witold Gombrowicz. Un deseo que Pornografía desacraliza en la forma del delirio que sobreviene cuando la lógica de los adultos, celosa de la inocencia juvenil, acaba sucumbiendo cuando reconoce que la traición consigo misma implicaba la corrupción de los otros.

Todas las citas proceden de : Witold Gombrowicz, Pornografia, trad. catalana de Dorota Szmidt, Barcelona, Edicions 62 (MOLU), 1986.












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