Lacayos españoles: Isabel II


Usted tiene que escucharme esta noche, Madre, que necesito desatar la lengua y relajar el espíritu, y aun más vaciar esta cabecita de cavilaciones, que temo volverme loca, ida o tonta de capirote un día de estos, porque yo ya no entiendo nada ni nadie fuera ni dentro de Palacio parece querer entenderme, y todo, en definitiva, me desespera y crea gran congoja.


¿Por qué no me quieren los españoles, Madre querida? ¿Por qué no sienten por su Reina el cariño inocente que yo siento por ellos? Que siento hasta celos de su estado, postrados como están en la ignominia, pero que nunca es mayor que mi miseria y desdicha... Que usted ya sabe que yo he pecado por efecto y omisión, por activa y por pasiva, de acto y de pensamiento, y el Niño Jesús me contempla desde su cunita, recoleto, desnudito, y llora porque soy mala, y yo me avergüenzo de mis infamias, y me pongo triste, y si la Reina se pone triste, triste está mi pobre España, y ya no me queda más remedio que venir a usted, Madre Patrocinio, santa y virtuosa para todos, a que dé consuelo a mis aflicciones, que ya no puedo más y no quiero lanzar la corona por la ventana ni acabar haciendo un disparate por el bien de España y de mí misma...


Hay amores que matan, Madre, y el de mi padre, tan casto y dulce como era, no pude gozarlo por mucho tiempo sino en forma de corona. Murió a mis tres añitos, y siendo ya una chiquilina que sólo abre la boca para los bostezos y tiene únicamente sus ojillos redondos para las gracias y las cucamonas me llevaron arrastrada a los asuntos de Estado. Figúrese, Madre Patrocinio, tener que gobernar esta casa de mil demonios que se llama España y que, para mi mal tan temprano, hubo de incendiarse pronto de una punta a la otra por culpa de unas extrañas rencillas entre mamá y mi tío que dieron al traste con el orden, la pulcritud y al decencia -porque, ¡cruel calamidad!, en España se ha perdido la decencia- con las que la dejó mi padre benemérito. Mi madre, no menos santa que papá, salvó la casa. ¡Qué dama, qué mujer! Ni Agustina ante los gabachos fue tan bravía en la adversidad. Viendo zozobrar su Patria, presa de todos los quebrantos, tomó la determinación de guardar para mis sienes la corona que mi padre recuperó en su día para los Borbones, desviviéndose por su hija, dejando su juventud en los sacrificios más extremos...¿Para qué? Para que los bandidos le escupieran en su cara perlada siempre por el sufrimiento, mientras los traidores la maldecían, levantando acusaciones soeces, motejándola de mor..., morganática, decían, ¡a su reina! ¡qué vaya usted a saber los infundios que tuvo que soportar su alma intachable! Y bien, ¿qué piensa usted? Con qué cueros ha de presentarse una ante la Corte viéndose ya en las puertas de la mocedad difamada por los bastardos, por esa ralea de usurpadores sin honra que me soliviantan al pueblo cuando se les antoja, y me lo vuelven del revés, ¡y hasta me lo arman!, que temo ver algún día hordas de descamisados avanzando por Atocha en busca de mi triste cabecita... Liberaluchos los llama usted, pero son progresistas. Ya los tengo calados, pero a mí no me la dan esos malvados! Pero no mencionemos al Diablo ni cuidemos de sus emboscadas, que todo tiene su día bajo el cielo de Dios...


Decía mamá que es signo de elegancia, de respeto y de magnanimidad llevar siempre a flor de labios un sí gentil para todo. Dile que sí a todo y a todos y el Niño Dios se reirá en tu corazón, me dijo justo antes de entrar a las Cortes para ser coronada. Y yo sonreía y me brillaban los ojillos y me alegraba con la esperanza luminosa que abrigaba de ver dispuesta para mí una vida de síes, complaciente, pacífica, cortés, alegre, donde todo merecía ser acogido sin reserva ni sospechas, fácil y simple como los pajaritos de papel que distraían mi aburrimiento infantil en Palacio.


¡Y qué fugaz fue aquella impresión, Madre Patrocinio! Al cabo de unas semanas vino a nublar mis juegos un tío viejo, y feo, y malo, muy malo llamado Olozaga, u Olózaga, que me trae sin cuidado, progresista para mayor condenación. Llegó furioso hasta mi cámara, donde irrumpió sin que el grupo de ujieres que veía, exhaustos, tras sus espaldas hubiera logrado detener sus conspiradoras zancadas. Venía ese señor feo muy azorado y con una hoja entre los dedos para exhortarme a firmarla con una mirada de coco terrible. Quería que disolviera las Cortes, y yo me negué. De mi boca, y aún menos de mi voluntad, saldrá nunca un sí para esos malhechores. Fue negarme en redondo y ver tomado mi tierno bracito de trece años por las manos de aquel bribonzuelo que no vaciló en violentar a su reina. Un mayordomo de mayor y más noble porte que aquel residuo de plebe lo echó de aquella casta salita de mis juegos como al delincuente que era. ¡Qué mala noche pasé, Madre! En mis sueños de aquella víspera se sucedían monstruos, basiliscos, buitres que profanaban los beatos sepulcros de mis muertos y escupían a la Virgen! ¡Eran progresistas! Pero a mí no me engañan, porque mientras Isabel ocupe el trono de los Reyes Católicos no llegarán los masones a disgregar nuestra buena España!


-¿Y si viene Narváez?

- Sí, sí y mil veces sí.

- ¿Y Bravo Murillo?

- Sí.

-¿Y Mon?

- Sí, a Mon siempre sí.

-¿Y el padre Claret?

-Por supuesto que sí.


Y yo contestaba que sí a todo con aquella felicidad de novicia que se vuelve reina. Decía que sí a ministros, a confesores, a militares y cardenales, a dignidades y excelencias... Sí, como galardón regio a la bondad; sí, a veces con la inconciencia del chiquillo que al ser sorprendido por el maestro que le enseña el catón contesta que sí para salir airoso.


-¿Y al conde de San Luis?

-Sí.

-¿Y al conde de Alcoy?

-Sí.

-¿Y al Marqués de Miraflores?

-Sí.

-¿Y al Duque de Ahumada?

-Sí.

-¿Y al general Serrano, que me han dicho que es un tartufo?

-Sí, a pesar de todo es "el general bonito".

-¿Y a Istúriz?

-Sí.

-¿Y a Espartero?

-¡No, por Dios, no alcanzo a darle el sí a ese malvado!

-¿Y a Don Francisco de Asís?

-Sí, incluso a ése le daré el sí antes que a la canalla progresista.

-¿Y al satre de las Vistillas?

-Sí.

-¿Y al tendero de la Arganzuela?

-Sí, sí.

-¿Y al tenor del Real?

-Sí, sí, sí.

-¿Y al "pollo Arana"?

-Sí, sí, sí...,ay, sí.

-¿Y al caballero Marfui?

-Sí, por Dios, que pase, que pase...

-¿Y a Puig y Moltó?

-¡Qué hombre! ¡Qué hombre!

-¿Y a Antoñito Ramos Meneses?

-¡Picarón! ¡Dígaselo a Francisco, que es suyo!



-¿Y a Prim?

-No.

-¿Y a Topete?

-No.

-¿Y a Sagasta?

-No, y advierta que una Reina cristiana también es capaz de dar un rotundo no, y hasta de ser displicente, si en ello le va la gracia y la fortuna de su reino.

-¿Y a Serrano?

-Ya no...

-¿Y a Nouvillas?

-No, no quiere a su Reina.

-¿Y a don Domingo Dulce?

-No, es un embustero.

-¿Y a Caballero de Rodas?

-¡Sabotaje!¡Menos!

-¿Y a Pi y Margall?

-No, es un demagogo.

-¿Y a don Adelardo López de Ayala?

-No.

-¿Y a Ruiz Zorrilla?

-No, conspiradores no, no, no, y mil veces no...


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