El poeta (4)


Hay un palmo de nieve orillada en las aceras y tú sigues en el fondo del escenario ensayando sin darte un descanso tu danza de los hombros. Tus pies, que tantas veces han ardido hollando las arenas de los eriales, tienen miedo a la nieve. Tranquila, no temas, aquí no te pasará nada. La nieve golpea frenética las puertas y las ventanas, pero aquí estarás siempre resguardada del bocado gélido y blanco. Los ojos de Vlado y los míos están expectantes; quisieran recoger y besar tu cabeza que baila sola y a ratos parece que se descoyunta, como la cabeza del Bautista, tú, que ahora ensayas a Makeda para el maestro Petrolini, que nos deja observarte, agachados en el extremo del proscenio.


Imagínate ahora que estás en brazos de un poeta de veinte años, que no tiene dinero pero muchos cuentos le rondan la cabeza. Que ha vivido con un hondo sentimiento golpeándole desde que te vio del brazo de su maestro italiano, un poeta fracasado que ha estado subiéndote a todos los escenarios de Europa con una fiebre irredenta por d'Annunzio, tú, Beatrice de ébano, en las tablas de Viena, Praga y Budapest. El poeta quiere ser un gran poeta, quiere llegarle a la rodilla a su Petrolini, con todo. se emociona cada vez que te ve encarnada en la Makeda creada y concebida por ese misterioso hombre, que firma Bussoni, para eludir azules lobos que le pisan los talones por alta traición.


El poeta ya no es joven e intenta recuperar algo de su antigua inspiración en las armas y en su experiencia de soldado desertor en Etiopía. El poeta ha vivido mucho, sabe mucho, ama mucho y te ha traído a su mundo con una venda de sueño en tus ojos. Es un mundo de derrotas, de viejas esperanzas aniquiladas en el que en el reloj inexorable se van agotando los momentos. A veces se adelanta con alguna de sus armas aventuradas y le acierta el corazón a una vieja pena. Pero las contrariedades son infinitas y los minutos van estrechando el único conducto del aire.


El poeta te quiere, te ama con irrefrenable pasión, y a veces cambia llanto por entusiasmo cuando te contempla yerta y desnuda en su cama.


El poeta nos regala libros a Vlado y a mí, que también amamos la poesía y sentimos hacia él una secreta admiración y una secreta envidia. En ocasiones nos invita a una de sus cacerías, y Vlado se queda absorto observando la pericia del maestro con la carabina, y ensaya con él un tiroteo efusivo para templar el reclamo de los venados.


En Zagreb formáis una pareja exótica, Petrolini y tú, aunque tampoco os salváis de las suspicacias.


Ahora, querida, imagínate a la reina de Saba en su trono solitario. Cada día llegan a su estancia emisarios procedentes de todos los confines el mundo que le hablan de maravillas remotas, de tesoros innumerables, de pueblos felices, monarcas sabios, solares fértiles y prosperidad infinita. La reina, que pasa demasiado tiempo sola en su cámara real, no puede contener su curiosidad y alivia su ansia de relatos fantásticos reuniéndose con sus mensajeros, que cada día le narran historias más fabulosas que las de la víspera. De entre todas ellas se queda con el cuento de un rey magnánimo y generoso, adorado por sus súbditos por su enorme sabiduría. La reina, admirada, decide ir en busca de aquel monarca excelso. El viaje es largo, lleno de penurias y a mitad del camino gran parte de su séquito flaquea. Pero la reina decide seguir adelante, reconfortada por un espejismo del que parecen manar extraños presagios. Al llegar al palacio del gran monarca, conocido en todos los reinos del mundo como Salomón, la reina se prosterna ante el rey del que tantas maravillas ha oido contar, y que ahora comprueba asombrada ante sus ojos.


Verdadera es la fama de lo que oí en mi tierra sobre tus cosas, y sobre tu sabiduría; y no he dado crédito a lo que me contaban, hasta tanto que yo he venido, y lo he visto por mis ojos.


Entonces tu venda cae, y descubres con el corazón lleno de júbilo a tu benefactor, todo un poeta ante su público que aplaude rabiosamente, desde la platea a los palcos, cuando te inclinas ante su sabiduría proverbial.


Imagínate que aquella noche ya no estás en mis brazos, sino en los brazos del maestro, que te colma de amor apasionado como si etsuviera dando toda la vida en el momento de su última y decisiva batalla. Los aplausos retumban en las cuatro paredes de la habitación que os guarda tiernamente, y tu Petrolini ríe como un niño a la vez que te besa ansioso el vientre, el pubis, el cuello nubio donde hormiguean recónditos perfumes. Y Vlado y yo os espiamos desde un lugar del proscenio, a punto de actuar, preguntándonos entre bambalinas cómo hallar y enamorar a una mujer así. Me acuerdo entonces de los consejos de Pretolini, de todos los libros de su biblioteca, de sus versos y poemas, pero no encuentro ningún apuntador que me socorra y me cuente algún truco para seducir a una dama, y Vlado se ríe con sorna del niño eterno que soy y que no puedo reprimir, mientras piensa en los arcos y los armarios del maestro llenos de dagas, y en los fusiles de combatiente lejano que claman en silencio por la buenanueva de la guerra.



No quiero violentarte el sueño, cariño, pero el mundo de los hombres es aciago.



Imagínate ahora que llega la noche al reino de Salomón y, súbitamente, se cierne sobre sus dominios una terrible amenaza. Las guerras de otros reinos más poderosos cercan la fortaleza, trepan por sus murallas y empiezan a saquear cuanto se cruza ante su prepotencia. La reina de Saba está aterrorizada e implora ansiosa al rey Salomón que acabe con tanta iniquidad. Promete ofrecerle más oro, aromarlo con nuevos bálsamos, colmarlo de toda clase de piedras preciosas, si logra acabar con tantos abusos. Pero el rey Salomón se siente por primera vez incapaz de hallar un remedio, mientras todos sus dominios se libran al horror de los invasores.


El poeta se levanta a altas horas de la noche acuciado por las pesadillas. Saca de su cartera la documentación antigua y la suplanta por otra de reputación intachable. Ensaya ante el espejo un tercer grado que le muestran tras el reflejo al hermano sobrio que no pecó. Su nombre es Bussoni.


Los italianos de "Il Duce" rondan los caminos y las calles de Zagreb las veinticuatro horas del día, y Bussoni se acuerda distraídamente de su patria. A Bussoni se le cae la casa encima y sale a la calle, y te deja sola en vuestra habitación de ensueño una fría noche de invierno, no sin antes vendarte los ojos, princesa, que ya nos han descubierto y conviene emplear ahora la táctica del camaleón y dejarse anegar por el verde más profundo hasta olvidar definitivamente todo rastro de nuestra antigua historia.


Imagínate que Bussoni va errático por Zagreb golpeando todas las puertas de la ciudad en busca de refugio, de ayuda, de un salvoconducto , qué sé yo, que le lleve al fin del mundo antes que dejarlo un instante más en esa selva de trincheras. Imagínate que se cierran las pocas puertas que con miedo se entreabren. Imagínate que ahora se dirige a una carretera helada y oscurísima que conduce a otro país no más noble que éste ni menos acosado por el frío. Imagínate que ya no existe ningún rey Salomón en el mundo que vaya a ponerle el cascabel al gato y se esté haciendo cada vez más tarde, nieve más desconsoladamente y se acerque el viaje definitivo. Imagínate que tú y yo rabiamos un día de impotencia ante la desolación.


- Sabes, Milos, la vida del poeta es un ejercicio constante de desposesión. Yo aprendí la lección muy tarde. Tú estás en condiciones de asumirla ahora.



Imagínate, amor, para acabar y conciliarte con tu sueño, que el poeta de ningún poema, el joven hambriento de ideales, el derrotado en Caporetto, el desterrado en Fiume, el fascista de primera hora, el desertor en Etiopía apuesta a que va ganarle esta carrera a la Parca. La guadaña, divertida, le da ventaja, luego se acerca, le roza su aliento en la nuca, vuelve a retroceder, amanece, la ciudad se levanta, se adelanta, cree que hay demasiadas cosas que hacer hoy como para perder el tiempo jugando con un vencido y deja tendido en el palmo de nieve orillada en el camino un cuerpo exangüe, rendido, de poeta...


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