El poeta (1)

"En sus limbos mi alma quizá recuerde algo,
Y entonces en ti mismo mis sueños y deseos
Tendrán razón al fin, y habré vivido."
Luis Cernuda

Ahora que nadie nos escucha, entre usted y yo, no sabe el estupendo Beaujolais que nos han servido en el banquete de homenaje, qué aroma, qué cuerpo, parece mentira que tenga que estar en París para degustar nuevamente ese caldo, le digo ahora mismo que aunque soy normalmente buen chico y me suelo contener, esta tarde no he podido resistirlo y en esta ciudad, entre el calor de viejos amigos, habiéndonos deleitado en el yantar, hemos, ¡qué digo "hemos"!, he perdido la noción de toda cosa y de toda responsabilidad en uno mismo, y me he perdido en la ensoñación del vino... Sí, sí, ríase, no crea que exagero, aquí donde me ve, a punto de los honores y los tributos, guardo en mi cámara la única satisfacción de unas copas y de la amistad, me abraso en el vino la violencia de las peleas, decía el gran Horacio, otro catador, poeta para más inri... Pero no se sorpenda, querida, de la fama que me ha traído hasta aquí, que al fin y al cabo la tengo bien merecida, y ya que me he delatado y que tengo el corazón abierto, porque me encuentro solazado en esta ciudad inmortal, entre gente que me hospeda, me sienta en sus mesas, me aguanta los sermones, y lejos de amonestarme y de haberse arrepentido de haberse reunido con tal adefesio, me reconfortan con estos néctares, entre tantos gestos y palabras cordiales, he de decirle, señorita, que no sólo tienen ustedes las vituallas y el vino, que pienso, que estoy pensando en las muchachas con las que se topa uno en cada esquina de sus calles, y perdone el atrevimiento, pero creo que aún estoy en edad de cortejar y agasajar a una dama... ¿Se ruboriza? ¿Usted? ¡Qué me dice! Ustedes, los periodistas, tan curtidos en todo tipo de encuentros, caen también en el pudor y el desconcierto por unas simples palabras locas de un carcamal como yo, je, je, je... No me haga caso, mujer, ni me sufra más de la cuenta, tiéndame la mano y mándeme a paseo cuando le plazca, yo, por mi lado, me quedaría más horas con usted en esta habitación tan hermosa que me han reservado los universitarios, lo que no voy a hacer es quedarme más tiempo solo, ni siquiera con esas viejas insoportables del vestíbulo, que digo, ¿no tendrá usted, por casualidad, una capa de mosquetero que me cubra, un pelucón rococó...? ¡Qué sé yo! Que no encuentro manera de evitarlas cada vez que me cruzo con ellas, que no puedo salir a pasear y las paredes de este hotel se me caen encima, y hay tanto que ver en París en lugar de estar hablando una y otra vez de mis obras, y de las ediciones de mis obras, y de las ediciones críticas de mis obras, que, que... No me censure aún, señorita, pero le juro que hay días en que reuniría a toda la tropa filológica en un patio de recreo con uno solo de mis manuscritos, y acto seguido les encerraría y me tragaría la llave, y , para acabar, además, les abandonaría a su suerte, y podría comprobar entonces que no me habrían echado de menos en el fragor de sus refriegas... ¡Qué carcajada tan franca tiene usted! Se nota sana y fuerte, porque su belleza y juventud es evidente, y no quiero ser impertinente, pero sólo a usted referiré lo que guste en preguntarme...
Mire usted, para mí la juventud es un bien en sí mismo, no importa que el joven sea un tarado, incapaz de cualquier cosa, esté resentido o desengañado desde el fondo más profundo de su ser; la sola brevedad de su vida parece halagarle en todo cuanto hace o en cuanto desea abstenerse. Yo siempre he rehusado cualquier cosa, fundamento o idea que me hayan parecido envejecidos. No culpo a lo viejo, desde luego, sino a lo que se deleita o enorgullece en lo vetusto. No me burlé jamás de la nostalgia ni de la melancolía, pero traté de evitarlas en lo posible, porque ambas traen consigo oscuros nidos de araña que una vez se asientan en tu tronco, ya no puedes erradicar... Claro que me gusta la evocación, la recreación, la imaginación, pero hay que estar prevenido contra los oscuros bandidos que te asaltan tantas veces en los meandros más apacibles de la ensoñación. He tratado en todo caso de soñar despierto, de tener los ojos bien abiertos frente a cualquier impresión que me cruzara la cara, fueran unos labios o un guantazo, ¿le aburro? No me despida todavía, pero deberá estar usted riéndose y regodeándose de mí, que me pongo tan tonto y tan solemne, pero no se confunda, no se deje llevar por las impresiones, vaya hasta lo más profundo, no más alto ni más ancho, más hondo, vaya siempre hasta el meollo de las cosas, verá que hay cosas desnudas que no pueden decirse sino con palabras veladas...
Ahora que lo pregunta, nunca me atreví a dar lecciones a ningún joven poeta sin estar convencido de que realmente lo necesitaba. Otra cosa son los consejos, ¿verdad?, en Zadar, que es donde nací y donde he vivido prácticamente toda mi vida, me suelo reunir con poetas y aficionados con total camaradería, y solemos pasar las tardes y las noches charlando como unos descosidos hasta que, shuuuuit, volvemos a comprobar que no hemos dicho nada y hemos bebido demasiado... Buena gente, y con talento, no lo dude, si quiere, le daré cuanta de unos nombres relevantes que ya han sido traducidos al francés y que, por lo visto, pululan por escaparates prestigiosos aquí en París... Cuánto me alegro, cuánto lo celebro, ¿sabe?, porque veo que van abriéndose camino con ilusión y éxito... De este lunático que está frente a usted, en cambio, no se publicó una línea hasta que contaba cuarenta insolaciones, que mi mujer me decía que para que escribía tanto, que si no hubiera sido mejor opositar a una vacante en el ministerio, que reconocía mi talento pero que no entendía qué agua sacaba de ese pozo, un ángel mi mujer, quisquillosa a ratos, sí, pero una santa, la conocí en Zagreb durante la guerra, muy joven, yo daba clases de italiano entonces, ¡qué le voy a contar!, uno guarda tantas ilusiones en esa edad, guardo buenos recuerdos de la juventud y nunca he dejado de ser un chico, aunque los estragos me hayan convidado a saludarla en la figura de este vejestorio divagante, reconózcalo, vamos, sea sincera conmigo, ustedes, los periodistas, parece que sólo son clementes con los débiles y van con todo el arsenal a por los poderosos, pero conmigo no tenga piedad, suelte, no se inhiba, dispare, dispare...
Si he de serle franco, nunca he encontrado en los premios sino una simple, aunque honesta muestra de cortesía, y eso se lo digo a usted, ahora que no nos oyen los de la facultad y me priven de su reconocimiento..., bromeo, bromeo, no se sienta intimidada, por favor, ¿sí? Verá, tendría yo mis veinte cuando conocí a Enzo Petrolini, un italiano de Udine, poeta, que había conocido a Marinetti, Pascoli, Ungaretti y otros vates del momento, a él le debo mis primeros trabajos como poeta, toda esa demencia que llevo en mí ha estado incubándose desde el día en que me animó a escribir, voi sarà il nuovo d'Annunzio, me decía con uan seriedad que me desarmaba, aquel buen hombre que siempre confió en mí, que se desprendió de toda su biblioteca, como el caballero que entrega sus útiles a su escudero, je, je, je, no se ría, señorita, que teníamos esas trazas entonces, porque a mi maestro le gustaban las damas, el vino, como a su aventajado discípulo, ¿sabe usted?, pero, además, tenía una fascinación por las armas, tenía en su cuartucho de solterón empedernido dagas, sables, lorigas, mandobles, lo que se pueda usted imaginar, y contaba historias rarísimas de Etiopía, donde estuvo como soldado, y de si había estado con d'Annunzio en Fiume, proclamando allí el Estado libre, en fin, una serie de cuentos en que lo real y lo falaz andaban de la mano, buen hombre, Petrolini, al que echo mucho de menos, mmmm, sí, sí, sí, "no publiques, no publiques, que os pierde la vanidad", nos decía, que si Dante jamás habría sido divino de haberle acosado el deseo de propaganda, y que si tal o cual, todo con un porte y un acento que lo convertían en un tipo inolvidable, un poeta de los de antes, que nunca casó con nada, ni siquiera con su tiempo...No parece cansada, quiero creer que se divierte, que le distraigo, je, je, je qué necedad, un viejo demente entreteniendo a una guapa muchacha como usted, que seguro que ya tiene plan para esta noche, y estará deseando salir escopeteada e ir en busca de sus amigos, o de su novio, ¿me equivoco?, ¿divago? Dígame algo señorita...
A menudo sabio viene usted con tal pregunta... Pues verá, le mentiría si le dijera que no siento algún atisbo de inquietud por el cariz que van tomando los sucesos que acaecen en mi patria, pero, ¿sabe usted?, siempre he guardado una enorme confianza en el porvenir de mi nación y en la capacidad, inteliegencia y sentido de la responsabilidad de mis conciudadanos, y ahora no crea que le hablo retóricamente, no me confunda usted con un político, y menos con un diplomático que le vendiera las bondades del patio de su casa, pero quiero creer que sabremos tener la fuerza para no ceder a tentaciones que nos trastornen y que puedan llevarnos a un posterior arrepentimiento, quiero volver a confiar en nuestros valores, en lo que hemos conseguido juntos y a lo que no podemos renunciar, usted, que es joven, verá pronto que no se acordará de todas estas noticias inquietantes, ya verá que sí, señorita, ya lo verá, adiós, señorita, adiós, adiós, adiós...

Comentarios

Entradas populares de este blog

La Fiesta (y 10)

La Fiesta (9)

La Fiesta (8)