Cultura y simulacro.


Este sociólogo postmarxista escribe con una prosa nerviosa, con un aliento casi profético y una sensibilidad ya postmoderna, leo en la portada de la tercera edición que Kairos hizo de Cultura y simulacro de Jean Baudrillard. Yo añadiría que no escasea un estilo que a veces cae en un rebuscado dogmatismo, casi panfletario.


En un claro tono pesimista de quien ya ha visto quemarse definitivamente las naves del combate, Baudrillard refelexiona sobre el definitivo triunfo de una realidad paralela que escamotea la realidad objetiva para erigirse en rectora moral y social del sistema, pero que no duda en echar mano de lo real cuando ve que la realidad "hiperreal" y paralela que construye para disuadir todo conflicto imprevisto entra en contradicción inevitable con su propio amo y señor. El monstruo, parece decir Baudrillard, se rebela contra su demiurgo y hay que narrar su rebeldía para atemorizar al espectador, sustituto ideal del ciudadano en este régimen de la simulación oficial. Cuando lo real se escapa del control, hay que retomarlo, pero no mostrarlo tal como es sino en su grosor: se hiperrealiza.


Baudrillard también presta atención al fin de lo dialéctico y lo social, efecto que deduce y "profetiza", según las reseñas editoriales. Con ello la profundidad real se reduce al plano cinematográfico y al fragmenatrismo iconólogico y de signos, ambos, por supuesto, dotados de un sentido aleccionador y represivo. El autor toma en consideración las noticias de los medios masivos y la motivación que persigue el poder en presentarlas de modo que no se descubran como reales sino como prototipo o modelo prefijado. Por consiguiente, el ciudadano que recibe la noticia no sólo se acercará a una opinión no menos prefigurada; además le eximirá de preocuparse de una objetividad de la realidad, sea ésta lo que sea, pues al informarle de todas sus motivaciones y en todos sus elementos el simulacro tendrá mayor verosimilitud y, en consecuencia, dotará de más autoridad su juicio.


En mi opinión la tesis de Baudrillard, sin ser desdeñable, merece reflexión, pues este fenómeno -que no es contemporáneo (el mito de lo real y su carácter inaprensible)- no es posible analizarlo del todo sin acotar el lugar y situación en que ha surgido, ni es menos posible comunicarlo sin olvidar o dejar de mencionar algún factor de su realidad. El canal comunicativo requiere una adaptación del mensaje que sacrifica parte de su sentido, cuando no lo distorsiona por completo, o, tal como denuncia el autor de Cultura y simulacro, se consigue un provecho de tal defecto y la tara se convierte en la gracia de la información "necesariamente" alterada que consolide de soslayo este tipo de comunicación parcial para satisfacción del poder y su contro mediático.


En cualquier caso carezco de los conocimientos en teoría de la comunicación y semiótica necesarios para sopesar una objeción estructurada a algunos de los puntos de la interesante argumentación de Baudrillard, si bien en ocasiones la lectura de Cultura y simulacro nos proporcione intuiciones que reconocemos y hasta vemos confirmadas cada día en nuestra gran cultura mediática.

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