Correspondencias.


Erasmo, en el Elogio de la locura, y más tarde Montaigne, en el primer libro de los Ensayos, coinciden en fustigar la acomodaticia costumbre de la sabiduría que no tenga una finalidad práctica y concluyente en cada ámbito de la vida cotidiana. Tacha Montaigne de "afeminado sedentarismo" esa costumbre de embotar la mente con los más fatuos teoremas y no dedicar el vigor corporal e intelectual al esfuerzo por un bien común al servicio del Estado. Por su lado, Erasmo cree necesaria una vocación pragmática de la inteligencia para frenar la constelación de sistemas lógicos y laberínticos con los que la escolástica habría viciado mentes prósperas en una despiadada dedicación a los debates sobre las más estupidas finalidades, formando una turba de ineptos charlatanes y desvergonzados pedantes; y al fondo, como sucede en estos casos, la barbarie poderosa.


La necesidad de una finalidad práctica de la intelectualidad humana fue uno de los requisitos principales de la cultura renacentista. Cada ámbito del saber humano precisaba de una correspondencia entre la teoría, fundada en un razonamiento claro e inteligible que fuera amoldado en el lenguaje vulgar accesible a cualquier profano; y una inevitable finalidad práctica que, a la vez que corroboraba la validez y viabilidad del aparato teórico, se consagrara en la realidad a modo de novedad y solución como de estímulo e incentivo para cualquier superación de lo caduco medieval. Es por ello que fueron posibles iniciativas llenas de esperanzas, como las surgidas de las ideas de los primeros utópicos (Moro, Campanella...) que fundían el orden ideal político con la ética individual.


Esta época, que sabía ver en cada idea una fruta sazonada en la sociedad, observaba con disgusto cualquier tipo de sistema abstracto y artificioso que no usara el andamiaje de la autoridad y la tradición para volverlo a meditar, a repensar, y a la postre volverlo antiautoritario. Esto dio como primera consecuencia el escepticismo moderno y el relativismo, y ambos allanaron el camino hacia la Ilustración y casi toda nuestra época contemporánea. La tradición, ahora no tanto adormidera como pábulo para la novedad, fue ocasión para que cada cual tuviera la confianza de encontrar en ella la base con la que pensar "el pequeño mundo del hombre", tal y como define Francisco Rico esa nueva dimensión del universo renacentista de la que el hombre es su principal medida.


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