La posibilidad de una isla.


Al leer y releer novelas de la postguerra española o juicios críticos acerca de ellas, especialmente los publicados en los sórdidos años 40 o cuyo tema abarca loa primeros años del franquismo, uno, casi setenta años después, no se siente sino ajeno a todo ello, a pesar de ser y definirse como obras de un entorno cultural no tan lejano al de nuestro tiempo.




La denuncia íntima y la simpatía con las situaciones y los personajes descritos en ellas no pueden surgir sin el distanciamiento que todos sentimos con el dolor y la humillación de los olvidados de nuestro mundo actual que la televisión y otros medios nos muestra a diario para nuestra propia labor de concienciación. Sentimos su congoja, su total desolación y anulación como personas en tanto seres humanos, pero no penetramos tan hondamente ni somos tan perspicaces a la hora de imaginar y sentir igualmente su concreta y única circunstancia. Si a ello añadimos que la posibilidad de una simpatía sincera hacia la circunstancia íntima en forma de solidaridad no es una garantía para agudizar la paralítica conciencia, el fantasma de la soledad en el dolor se planta ante cada cual con feroz radicalidad. ¡cuá es el impedimento, el objeto de este escepticismo?




Existe una "conciencia histórica" (de la que se deriva la "memoria histórica", que nuestras señorías moldean a su capricho, y que no sé si es un fenómeno propiamente humano o otro conecpto de la sociología) y es posible denunciar una situación o, como mínimo, representar y dar a conocer un drama personal o unas condiciones sociales degradantes desde un tiempo más o menos lejano del que se originó. Los más confiados creen que sólo a partir de esta actitud es posible preservarnos de volver a repetir la historia. Su actitud de análisis del pasado y de constante crítica es indudablemente beneficiosa y lúcida, entre otras cosas porque nos cura de una nefasta miopía intelectual. Pero entre los más escépticos cunde un tibio desaliento que se pregunta hasta qué punto es posible rescatar y liberar del entorno miserable un punto de esperanza para nuestro tiempo y el porvenir. En el fondo de esa denuncia, que contrasta violentamente el ayer con el hoy, o nuestro entorno occidental y rico con el paupérrimo Sur, no hay una narcisita y callada complacencia de nuestra situación y, por lo tanto, una condena irremisible al letargo? Porque sólo basta girar la cabeza, por llena que la tengamos de horrores, o nuestra sensibilidad, que trabaja ora con frenesí, ora con apatía, para ahorrarnos de nuevo un movimiento.




No quiero hablar de una rebeldía romántica, sino de un trabajo ético de sinceridad personal con el dolor de los demás. Quizá de lo que fácilmente, sobando una vez más el manido término, podría llamarse humanismo. Hubo muchos (marxismo, existencialismo...) y hablo desde el vértigo del año 2009. Se nos dice que todos fracasaron o se envilecieron o que son fórmulas cuyos planteamientos no podrían solucionar todos los problemas de nuestro tiempo. Pero no quiero creer que no existan ya posibilidades para crear algo nuevo desde las ruinas de lo que ya no es capaz de respondernos, ni de que ya no exista la voluntad de levantar la voz entusiasta para acallar, reducir o desacreditar la del antiguo gurú. Y que esta esperanza no encuentre algún interés y sobre todo una movilización entre tantos seres humanos. No sé tú, pero yo aún creo en ello.

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