En el Museu Picasso.


Siempre resulta atractivo darse una vuelta por el Museu Picasso y contemplar su colección permanente, que cubre todas las primeras etapas de la obra del artista, es decir, sus épocas azul y rosa, además de cuadros dispersos de diferentes épocas, una rica muestra de sus cerámicas, litografías, obras ocasionales, etc.


Me sorprende en primer lugar un escueto y desnudo dibujo de un rácimo de uva desgranado por una parte, y rebosante de los granos de uva diminutos, graciosos, dibujado el grupo de un solo trazo de lápiz, por el otro.


Hermosos también los retratos primeros de Picasso en La Coruña. El de su madre es cautivador, de una serena expresión meditabunda, sin tristeza ni gravedad, el perfil de una mujer madura que contrae algún rasgo del visaje por una aquilatada resignación. De esa misma época (hacia 1896 si no recuerdo mal) es un retrato de su padre de un semblante sin disimulo de recia pesadumbre. El joven genio capta el ánimo silencioso de la madre, el padre, la hermana Paloma, y pronto el de los amigos de Barcelona -Casagemas, Romeu...- y el de la vida anónima de vagabundos y callejeros transeuntes del París de principios del siglo XX.


Vuelve a soprender la repentina tristeza y melancolía que traspasa la pintura de los ambientes artísticos de entonces y el contraste con el ambiente temprano en la tertulia de Els Quatre Gats, el café donde Picasso se reunía con Casas, Utrillo, Rusiñol y tantos otros y que tanto promocionó en sus ya inmortales carteles, tan audaces en su pintoresquismo.


París, el primer París, la ciudad que le consagrará pronto y que se convertirá en el pabellón definitivo de su obra le impresionará de varia forma. Picasso frecuenta la farándula y la bohemia decadentista de los nabis, fauves y postimpresionistas y encuentra en ellas el escenario preferido para sus primeros estudios del volumen, el color... En Horta de Sant Joan da el primer paso. Cezanne asoma; y Toulousse-Lautrec, Gauguin, Matisse... Y entonces llega el azul de la desolación y el desamparo, pero también el del refugio espiritual que hincha la pompa del sentido en cada miseria despoblada. El desnudo no ríe, se mira, transparente, como la medusa vidriosa en su remota profundidad. Una joven tiende su cabello undoso que quiere navegar en el frío del que se resguarda una familia momificada en la arena de la playa.


Cuando todo está a punto de ser anegado por el miedo, quiere hendir el rosa pastel su espada de luz. Ternura, humor, mas no dislate. El clown tiene alma de contorsionista y quiere salirse del marco de su representación. Revolución, revolución!... Salto mortal hasta 1917. En la sala de la vida real un chico hermoso pasea por la sala cubista del ballet de Diaghilev y Olga Klokova, primera esposa de Picasso. Le ciñe hasta las rodillas un abrigo negro de invierno. En las salas no se mueve aire alguno; el Arte es largo y sestea plácido en sus galerías. El chico desaparece, reaparece. Desaparece.


El surrealismo aparece con violencia inusitada. Picasso, con el pulso de fervor dominado que ha logrado, lanza una piedra certera contra el espejo donde se miran Las Meninas. El perro es cánido; la infanta, muñeca de feria; don Diego se mortifica en su sombra y al fondo una luz que espanta entre la tiniebla como un polígono solar que ha vencido a la noche. Arriba, dos ganchos sin telón y al teatro del mundo salen a colación los colores. Despertamos de tanta belleza y ya es 1968.

Comentarios

Entradas populares de este blog

La Fiesta (y 10)

La Fiesta (9)

La Fiesta (8)