¿Satélite o misil?


El viernes pasado se clausuró en Londres la cumbre que reunió a los principales líderes mundiales para debatir y buscar soluciones a la actual crisis económica. El entendimiento y el optimismo con el que se llevaron a cabo las negociaciones propició que el mundo llegara al fin de semana con un poco más de buen rollo que con el que se llegó a Londres, y tratar así de aliviar la inquietud que está produciendo la sobrecarga de noticias económicas negativas en la opinión pública.


Pero la sensación de confianza que posibilitó la reunión del viernes pasado se vio pronto ensombrecida por las noticias que llegaban desde la remota Corea del Norte. Y es que, según los informadores, el régimen de Kim Jong-Il lanzó al espacio un objeto sobre cuya naturaleza han estado discutiendo los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU, con la misma pasión que se dicustía en el Medievo acerca de la naturaleza de Dios y, como sucedía en aquellas ocasiones, sin llegar a ningún acuerdo. Fue entonces cuando la certidumbre con la que los líderes mundiales llegaron al weekend no pudo ser gozada más allá del día en que nació, porque una duda, basada en una causa y en un fenómeno bien distinto al económico, acosaba ahora al mundo. Una duda que es hija de una pregunta concreta que especula acerca de si el objeto lanzado al espacio por Corea del Norte es un satélite de comunicaciones o un misil nuclear.


La pregunta del millón surge el mismo fin de semana en que Barack Obama, aclamado y honrado en todos los rincones de Europa durante su primera visita al Viejo Continente, se ha comprometido a reducir los arsenales de armas atómicas de su país y a fomentar el diálogo con las potencias nucleares para frenar su proliferación. No es vana y sí muy responsable la iniciativa de Obama: responsable por ser una más de las manifestaciones del cambio radical de estrategia en política internacional que prometió a sus conciudadanos; e igualmente responsable por evidenciar no solo la conciencia moral que ha de tener el presidente del primer- y esperemos que último- país que usó la energía nuclear con fines bélicos con las consecuencias que todos conocemos; sino que además es plenamente sensato al creer que la posiblidad de una guerra nuclear es hoy, como hace sesenta años, la mayor amenaza colectiva que pende sobre la humanidad.


Así pues, una amenaza gigantesca es compensada con un desafío igualmente mayúsculo. Pero Obama ha advertido que no quiere estar solo ante tal compromiso y que, junto al esfuerzo de los aliados tradicionales de Estados Unidos, quiere ver demostraciones inequívocas de desarme progresivo por parte de aquellos países que los "neocon" se empeñaron en convertir en un eje del mal. Uno de ellos, Irán, ya ha recibido el beneplácito de Obama para investigar con energía nuclear con fines pacíficos; pero dependerá de la buena o mala voluntad de este país el que Obama muestre entusiasmo por su compromiso. Por su lado, Corea del Norte, aislada e impenetrable desde los años 50, trata de hacerse notar cada cierto tiempo sacando pecho y dejando constancia de su poder militar.


La fanfarronada norcoreana de este fin de semana ha vuelto a evidenciar la división profunda que existe entre las grandes potencias de nuestro planeta en torno al uso de la energía nuclear y la posesión de armas de destrucción masiva. Ningún otro problema, sino éste, deja ver claramente al ciudadano que la sombra -o más bien, la costra- de la Guerra Fría sigue presente en las relaciones internacionales y en la forma que tienen los principales gobernantes de tomar decisiones; de lanzar diatribas o conceder favores; de cerrarse en banda cuando conviene o apostar por el diálogo...De caer, en definitiva, en la más enojosa demagogia según los lastre del pasado y los intereses del presente que tenga la nación que en un momento dado se haya saltado el protocolo. A tenor de esta situación diplomática viciosa, el maná de la pacificación mundial se me antoja cada vez más un pensamiento bienintencionado y no una voluntad sincera por la que trabajen los líderes internacionales.


El día en que, definitiva y felizmente, se llegue a un compromiso común, pero claro, duradero e inviolable, por parte de las grandes potencias mundiales para lograr el desarme progresivo de los arsenales nuclerares; el día en el que el conjunto de naciones que forma el Consejo de Seguridad de la ONU no se agote tratando de responder a una pregunta en torno a un objeto volante, y sepa claramente distinguir entre un satélite y un misil; el día en que podamos decir que nos sentimos vivir en el siglo XXI y hemos enterrado para nuestro honor colectivo los horrores del siglo XX, será el día en que el optimismo producido por los acuerdos de las grandes cumbres internacionales sea fecundo y verdadero por no verse asaltado por cualquier otro temor.

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