Más Stendhal.


La figura del príncipe de Parma tiene a su primer representante como nexo de la intriga central de la novela La Cartuja de Parma, que gira en torno al cautiverio del héroe, Fabrizio del Dongo, y los desesperados intentos de su tía, la duquesa Sanseverina, de imponerse a la injusta y arbitraria condena del fiscal Rassi, su gran enemigo, y conseguir la liberación.


Stendhal gradúa y controla la intriga a partir de un carácter prototípico: el del tirano de Parma, que no sólo demora el destino cautivo de del Dongo y, con él, del resto de personajes de la obra; además satisface el tópico romántico de un relato situado en un ámbito italiano, que sirve para dotarlo de exotismo meridional a partir de los caracteres más caros a un público europeo: la arbitrariedad y el escaso domino de sus pasiones por parte de un príncipe, vicios que se propagan a los cortesanos y, de estos, a la burguesía y el pueblo llano, estamento éste más sugerido que dibujado en la novela. El dinamismo de las acciones; la generosidad de ánimo; los ambientes idílicos, etcétera, son otros motivos que aportan el clima italiano en la obra.


Por otro lado, la muerte del tirano, cuyo intransigente y destemplado carácter impedían cualquier atisbo de clemencia para el prisionero, y que, como dije, opera narrativamente para retrasar el desenlace, hace posible el reemplazo oportuno de éste por un temperamento absolutamente opuesto y que viene encarnado por la figura de su propio heredero, Ernesto V, joven pusilánime, tímido, indeciso, pero proclive al sentimentalismo y enamorado de la Sanseverina. Con todos estos elementos a favor, la audacia de la duquesa lo tendrá fácil para conseguir, no sin algún último imprevisto y sofoco, la libertad de Fabrizio además del título de sucesor del arzobispado de Parma atando todos los cabos y asegurándose, si no el corazón, al menos el control de su amado sobrino.


Así pues, el joven príncipe será el móvil del desenlace del destino del héroe, por un lado, y de la esperanza liberal en Parma, por el otro. En definitiva, lo individual y lo colectivo quedan ligados, en último término, por los dos atributos de ambos, esto es, el amor del individuo aislado y la política de la realidad social, actuando el uno sobre el otro de forma recíproca.

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