Más allá de los 20, más acá de los 30.

Una de las cosas que más me llaman la atención últimamente es esa curiosa habilidad de la que están dotados algunos jóvenes de mi misma generación, e incluso de más tempranas edades, para la vida práctica. Muchos de ellos apenas sienten alguna afición por lo que la tradición ha venido llamando "cultura", aquellas instrucciones que se presuponía debía experimentar toda persona para tener una visión lo más amplia posible de la vida, y que, finalmente, después de haberla conocido en un grado suficiente, poder gobernarla y gobernarse, a la vez, a uno mismo.




Me refiero a cosas en principio tan edificantes como leer, viajar, conversar, trabar amistades y adquirir la máxima sociabilidad; trabajar, comprender la situación de nuestros semejantes y la propia y reflexionar sobre ambas, etcétera, etcétera. Estas costumbres, que se creían no hace tanto fundamentales, no sólo ya se dan por sabidas, sino que en su supuesta consideración, han pasado a olvidarse. En el mejor de los casos, se toman espontáneamente como ocio o recreo y, con la misma espontaneidad, se cree que lo que antes se alcanzaba tenazmente, ahora se consigue apenas sin esmero, como la intensidad que dejara en nosotros el goce de un placer, que nos acometiera insonscientemente y sólo al recordarlo advirtieramos cómo y con qué fuerza ha arraigado en nosotros. De este modo, no es raro que cada vez más se crea que lo que siendo tan imprescindible acabe llegando con la gratuidad y sencillez de cualquier asunto cotidiano. Y que lo que nuestros antepasados consideraban "lujos del espíritu" que requerían una clara voluntad personal, ahora hayan quedado como una forma más del ocio y del tiempo libre, y acaben siendo contaminados, como estos, con el prejuicio nada nuevo de que tales actividades han de ser relegadas a las más modestas de las prioridades de una persona "responsable".


El trabajo, la superación, el cuidado de la apariencia y el estímulo de la parte del carácter que más nos ayude al éxito y al triunfo vital, que ha acabado confundiéndose definitivamente con el económico, son ahora -o quizás no hayan dejado de serlo nunca- los principales intereses que toda persona cabal ha de contemplar. Cualquier otra atención es considerada infantil, evasiva (adjetivo tan ambiguo como sugerente conciliador de ideologías contrapuestas) o hasta nociva para quien se dedique a ella con el mismo ahínco con el que la mayoría, con más o menos fortuna, se dedica a su currículo laboral.



La principal consecuencia de esta cultura del éxito es una atención preferente por el aspecto más práctico de la vida: aquél que sin dejar de ser inmediato, sea seductor, cotidiano, actual, visible, empírico y creador de confianza y seguridad en la consecución de objetivos. La publicidad está formada de todos estos conceptos y los sublima perfectamente en la creación de eslóganes o prototipos que en otro tiempo el arte y la literatrura, con sus símbolos, trataba de consagrar como trasunto de las motivaciones y valores de toda una época. Siendo los jóvenes los más influenciados por los medios de comunicación y el blanco de todos los efectos seductores de la publicidad, no es extraño que el afán por desenvolverse en la vida con la máxima previsión y seguridad sea a partir de una apuesta por los aspectos más cotidianos sin los cuales no se puede buscar una mínima autonomía.





A favor de esa decantación de los jóvenes (entre los que nos incluimos los de mi generación; aquéllos que estamos más allá de los 20 y más acá de los 30), hacia una cobertura personal de problemas como el de conseguir una vivienda, un aval bancario, una prestación social, una posición laboral estable, etc. juegan un papel decisivo la situación económica y, con ella, todo el engranaje complejo de factores sociológicos y políticos. El joven de hoy quiere estar advertido de cualquier noticia, estrategia o recurso que le lleve al objetivo de conseguir un hogar propio, por lo que no escatima a la hora de comparar las ventajas entre distintas ofertas de hipoteca; de concursos de alquiler; de beneficios, incentivos y otras facilidades que la administración ponga a su alcance, y ya no se deja intimidar por las mil formas de acción y negación de la burocracia ni por la letra pequeña de los contratos. Lo sabe todo, lo conoce todo; o al menos pone parte de su esfuerzo en ello, porque está convencido de que no le queda otro remedio para sobrevivir en la jungla de la vida que es, al fin y al cabo, la imagen con la que se ha criado y la que más se le impone a diario.


Siendo así la temperatura de la vida actual, no queda lugar para la complacencia en actividades que solo nos compensan si nos dedicamos a ellas con serenidad y entrega casi devocionales. Y la mínima sabiduría que antes llenaba toda una juventud hoy resulta caduca, y el honor de lo caduco sólo es algo complementario, como el ornato final con el que se adorna el conjunto, que por sí mismo ya luce.

Comentarios

Entradas populares de este blog

La Fiesta (y 10)

La Fiesta (9)

La Fiesta (8)