Un apunte sobre Stendhal.


El episodio XVIII de La cartuja de Parma es, en mi opinión, uno de los más encantadores de esta novela de Stendhal. En él el protagonista, Fabrizio del Dongo, que se encuentra preso en la Torre Farnesio a la espera de una posible condena de muerte por el asesinato de un cómico fanfarrón, apenas languidece de dolor por tan grave trance; y es que frente a su penal se encuentra la delicada estancia de su amada Clezia, llena de pájaros livianos en jaulas doradas.


A ciertas horas del día, Clezia, la modesta y recatada hija del gobernador que ha llevado a del Dongo al cautiverio, se asoma a la ventana que da a la torre donde su amante secreto espera encontrarla cada día para deleitarse con su sola visión. Ella, tímida, se incomoda ante las miradas furtivas de Fabrizio unas veces; otras, su malestar nace de la certeza trágica de saber cercano el día en que su amado habrá de cumplir la sentencia del cruel y arbitrario príncipe de Parma, la ciudad que el espíritu de Fabrizio reconoce ahora tan mezquina y de la que apenas tiene certeza de escapar con vida...


Uno de los rasgos más notables y originales del arte de Stendhal es el giro anticlimático, siempre rebosante de ironía, con el que este estupendo novelista consigue atemperar la actitud ensimismada y abotargada de sentimentalismo de sus héroes, todos ellos puramente románticos. El ensueño, la divagación, la encendida vehemencia con que el amor domina a las almas de los personajes son oportunamente matizados con el breve y acertado comentario del narrador, como un sesgo de humor relativizador en la honda y violenta marea de sus emociones.


En ciertas ocasiones, parece como si Stendhal, desde la altura de su edad, frente a los jóvenes Sorel o del Dongo; o por su condición de turista nunca bien aclimatado a su adorada Italia, en el momento en que revisa los personajes de La cartuja de Parma, parece, digo, que impusiera toda la experiencia de su vida en ese diorama de recuerdos, frenéticamente vivos, pero asentados en alguna lejanía, que forman sus dos grandes novelas. De ahí esas ráfagas de nostalgia, melancólicas, con el que lo sensorial, lo quimérico e irrecuperable logran, a pesar de todo, aplacar la madurez meditativa y evocadora del autor que, en forma de ironía, vuelve a situarse al lado de su historía, heróica y llena de brío, equilibrada ahora con un sereno y tierno efecto.


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