Obama, 2 meses.


El pasado viernes se cumplieron dos meses de la investidura de Barack Obama como 44 presidente de los Estados Unidos de América. Después de los fastos que tuvieron lugar para recibirle en la Casa Blanca y el enorme entusiasmo que rodeó su elección, el nuevo presidente se puso a trabajar serena, pero enérgicamente. Consciente de la gran responsabilidad que cargaba sobre sus espaldas, no ya por convertirse de la noche al día en el primer líder mundial; sino por sentir desde las alturas las grandes expectativas que tantos americanos han depositado en él y en su equipo, Obama trata de evitar por todos los medios que la nefasta herencia de Bush Jr. continúe poniendo en riesgo la vitalidad socioeconómica de la que su país hace gala al menos desde 1945.


Entre las primeras medidas de política interior a las que Obama ha dado atención preferente se cuentan el cierre de la prisión de Guantánamo, esa delación continua de falta de ejemplaridad en la defensa de los derechos humanos; y la estabilización del sistema financiero con un oportuno y severo reproche a la facción más indecente y avariciosa del capitalismo que ha sumido a toda la aldea global en una crisis que, además, ha traído consigo un cacao mental que está poniendo en evidencia la competencia o ineptitud de políticos y economistas de todo pelaje.


Los recelos contra las primeras medidas económicas de Obama no han tardado en manifestarse, y el presidente se ha defendido: "No soy socialista", dijo, aclarando que el intervencionismo estatal es solo un fenómeno coyuntural, y que la extravagancia del estado del sistema financiero ha hecho inevitable la extravagancia de las medidas políticas emprendidas. En cualquier caso, lo cierto es que Obama va a tener que sopesar con pulso de cirujano los esfuerzos de su gabinete económico con la recuperación de la iniciativa privada, sin que esta coordinación ocasional cree lastres peligrosos o una dependencia definitiva de la banca privada. De lo contrario, algo olería a podrido en América y el contribuyente acabaría sofocado de tanto tufo.


Si en política interior Obama no ha querido pasar por ser un audaz, en cuestiones diplomáticas y de política internacional ha querido cubrirse con la capa de conciliador, distinguiendo entre la exorcización de los demonios creados por la administración Bush en virtud de su "eje del mal"; y las que sobrelleva Estados Unidos desde hace décadas, no sin cierto agotamiento. La secretaria de Estado, Hillary Clinton, se ha prodigado las últimas semanas por los foros internacionales y ha tendido la mano a los aliados europeos, por un lado, y a China, por otro, recordando la necesidad de reunir esfuerzos comunes pra luchar contra el terrorismo internacional. Además, ha dejado claro una vez más que la OTAN no es una excrecencia de la Guerra Fría y que, finalmente, el órgano (¿anacrónico?) ha acabado creando la función.


Y, ¿qué decir de Irak, lugar del que Obama prevé la retirada de sus tropas en el 2010, y la transición planeada con Al Maliki? ¿O de Afaganistán, donde se vislumbra incluso un diálogo con las facciones talibanes para acabar con el curso adverso de la guerra para los americanos? Por su lado, Pakistán, ese aliado díscolo en ocasiones a causa de sus vecinos y del polvorín perpetuo que es su política interior, da lecciones de escalada nuclear a Irán, cuyo gobierno no confía en las palabras de reconciliación con las que, por primera vez en 30 años, un presidente americano se digna en acunarles, sin dejar por ello de mantener sus sanciones por continuar siendo un peligro para la paz mundial.


Otra es la estrategia de Obama en América Latina. Quedan en el aire las decisiones que la nueva administración tomará respecto a la Cuba de Raúl Castro; el mantenimiento de la buena sintonía con el gobierno mejicano en su lucha común contra el narcotrafico en la "border"; y el empleo tenaz en convertir al Brasil de Lula en su mejor amigo y contrarrestar así el "eje de Chávez", que ya ha ganado para su causa a Ecuador, Bolivia y Nicaragua, entre otros.


Pero por encima de cualquier otro asunto en materia diplomática americana, todo presidente de la Unión se encuentra siempre sobre el despacho oval la exigencia de diálogo continuo y exigencias recíprocas con Rusia. Al fin y al cabo, Rusia viene advirtiendo a Estados Unidos desde la disgregación de la Unión Soviética que la "paridad global" y el régimen de contrapesos para garantizar la paz mundial es aún una realidad que merece toda la consideración y respeto; pero que iniciativas militarres como la del "escudo antimisiles" solo hacen prosperar resentimientos mutuos. A pesar de todo, Medvedev confió desde el primer momento en que el nuevo presidente americano es una garantía real para conseguir acercar posturas entre estas dos grandes potencias.


Creo que estos son, a grandes rasgos, los primeros desafíos de la era Obama. El temperamento y la energía que se le suponen al nuevo mandatario van a ayudarle a afrontar con mayor optimismo la doble responsabilidad que lleva sobre sus espaldas: porun lado, la búsqueda de soluciones para la infectada economía; por el otro, y como aliento, la certeza efectiva de que el Yes, we can que le ha aupado sea mucho más que un revulsivo moral.

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