El precio de la integridad.


Uno de los elementos más deliciosos de la Vida de Alejandro Magno de Plutarco son los breves interludios que el autor intercala en el hilo narrativo de los numerosos acontecimientos y anécdotas de la vida guerrera y colonizadora del gran general macedonio. La mayoría de estos paréntesis sintetizan en pequeños motivos y curiosidades la disposición, el temperamento, las tribulaciones..., en definitiva, la personalidad de algún personaje destacado de entre los compañeros de Alejandro en la larga expedición conquistadora que forjó milagrosamente uno de los más grandes imperios de la historia en poco más de una década.


Frente a la magna y semidivina presencia de Alejandro, explícita o implícitamente vagabunda en todo el relato, todavía consiguen despuntar algunos personajes de su corte, a veces con tal porfía que incluso llegan a disputar descaradamente el protagonismo a su general. Es el caso del filósofo Calístenes, el paradigma definitivo del hombre arrogante y enemigo visceral de cualquier adulación o tibieza que pudiera quebrar un ápice de su independencia moral. Así, frente a la serviumbre complaciente de la compañía que rebaja un beso a su divinizado caudillo, Calístenes no solo no contemporiza falsamente con el ritual de los lacayos, sino que logra con serena dignidad que muchos de estos le consideren a él también un hombre venerable por el que es preciso guardar los mismos votos de respeto que los que se dedican al propio Alejandro.


Sin embargo, cualquier tentativa de compararse al rey es signo de hostilidad, augurio fatal para el supersticioso macedonio, y la ruina pronto se cierne sobre el que osa ensombrecer al joven emperador. Plutarco no quiere extraer de su manga una sentencia, pero censura a Calístenes por querer hacer fuerza al rey antes que persuadirle, por lo que la conducta íntegra se convierte en díscola impostura en virtud de la moralidad del autor. En autores como Plutarco ya se vislumbra ese afán jerarquizador que ordena a cada cual mantenerse en su nicho para mantener el sistema social, y que será una norma providencial en la Edad Media.. Entonces alguna mano oscura o un error lamentable, como en una tragedia solemne, se abaten sobre el rebelde; y enseguida ocupa su lugar la presencia radical de Alejandro, como queriendo resarcirse de la pequeña humillación que sufriera su figura adorada por un inoportuno filósofo que tácitamente retó su autoridad inapelable.


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